martes, 20 de abril de 2021

PADRES E HIJES

 



Existe una fórmula muy antigua que consiste en saludar diciendo “señoras y señores” (el señoras por delante) o “damas y caballeros”. Esta especificidad de la lengua es anterior a movimientos feministas propiamente dichos o al prurito de “dar visibilidad”. Uno de los principios naturales que rige el uso de la lengua es el de la economía: consiste en simplificar el esfuerzo, abreviar, evitar fórmulas innecesarias.

Han saltado al ruedo las fotografías de ciertos libros de texto actualmente en curso. En una sola página se pueden encontrar hasta siete desdoblamientos: “judíos y judías”, “cristianos y cristianas”, “conversos y conversas”. Además “musulmanes y musulmanas” dos veces, “moriscos y moriscas” y “sospechosos y sospechosas”. El mismo Pérez Reverte ha recogido la imagen en un tweet, como académico y escritor. Decía así: “libros de texto escritos por idiotas para fabricar idiotas. Y hay colegios que los aceptan”. Para colmo de males, un mitin de la ministra de igualdad corre por las redes como la pólvora: habla de “hijos, hijas e hijes”, de “niño, niña, niñe” y de ser “escuchados y escuchades”.

Sería un error pensar que el discurso de Irene Montero no pasa de ser una anécdota estrafalaria. Cabe preguntarse quién demonios la educó a ella. Representa un compendio, una síntesis, un sistema complejo de dogmas y creencias. Combina lo que se ha dado en llamar “lenguaje inclusivo” con la “diversidad sexual”.

Las parteras de la lengua empezaron con la guerra de la “a” y la “0”. Eran marcas de femenino y masculino, pero no siempre. Por ejemplo, el plural de trabajador es trabajadores y no “trabajadoros”. Dicen “presidenta” pero no “pacienta”, “cantanta” o “estudianta”. El término “juez” puede ser fácilmente despachado sirviéndose del artículo: unos prefieren la forma “la jueza”, pero otros eligen “la juez”. Pasa lo mismo con “la médico” o “la piloto”, no así con “la portero”, cuyo uso correcto sería “la portera”.

Esta pugna de la “a” y la “o” queda superada, en mi opinión, por la inmensa riqueza del idioma y la pericia de quien lo usa. En un momento, sin embargo, se introdujo otro elemento de perturbación. Fueron los escuadrones de la “e”, con la que se designaba a todos aquellos que dicen vivir más allá de los estrechos límites del “sexo binario”. La fórmula es “bienvenidos a todos, todas y todes”. Hay desdoblamiento, sí, pero también “ideología de género”. Según Irene Montero, la naturaleza yerra en su fabricación de seres. Entonces ha de ser el Estado (que ella representa con mucho gusto) el que “reasigne el género”. Si una mujer de 40 kilos se autopercibe gorda, se la manda a psiquiatría, pero si se autopercibe hombre, no.

El discurso de la ministra es real, por mucho que parezca delirante. Orientar a las personas con “problemas de identidad sexual” antes de que hagan algo irreversible lo considera una “terapia de conversión” aberrante, propuesta por la derecha política. El llamado Lobby Europeo de Mujeres no le da la razón ni de broma. Acaba de publicar un libro cuyo título en español (El género daña) no deja lugar a dudas.

La lengua está viva, en perpetuo cambio y evolución. El ministro de Ciencia atribuye un machismo inmovilista a la Real Academia, quizá porque no ha leído El Quijote o La Celestina. Las nuevas realidades exigen términos nuevos, como vigoréxico o finde, pero la palabra (nominalismo puro) no basta “para hacer la cosa”. Dicho sin rodeos: no sé qué es “une hije” o “une niñe” que quiere “ser escuchade”. Lo que sí sé es que en Francia han dicho “hasta aquí hemos llegado”. El “lenguaje inclusivo” no era aceptado por la Real Academia de la república, como tampoco lo es en nuestra monarquía parlamentaria. A excepción de algún caso, queda excluido de los textos oficiales.

Si hubiera pataleta feminista, estaría de entrada descalificada. Basta echar un vistazo a los excesos de nuestros libros de texto, para comprobar hasta dónde somos capaces de errar. Se empieza por el “bienvenidos a todos y todas” y se acaba en un callejón sin salida. Los primeros “idiotas” a los que se refiere Reverte fueron los políticos, seguidos muy de cerca, ¡ay!, por los profesores.

Si se frenan los abusos del lenguaje inclusivo, tampoco habrá que mencionar “el tercer género” que no es género. Así y todo, la cosa no acaba aquí. Hace unos días salió la noticia de un trans que realiza su cambio de mujer a hombre. Antes de incapacitarse definitivamente como mujer, ha elegido “ser madre siendo a la vez padre”. Su apariencia es la de un caballero con un abdomen abultado. Desde luego necesita una expresión ad hoc: se lo llama “padre gestante”. Si se tratara de una mujer, no diríamos “madre gestanta”. El caso al que me refiero no necesita la expresión “ser escuchade”. La razón no es otra que, nacido mujer, “se autopercibe” hombre y no “no binario”. Vive un preciso instante en que ambas realidades se fusionan, en virtud de un difícil equilibrio cuyas consecuencias no conocemos.

Yo, que trabajo con la lengua, empiezo a sentir un aliento helado detrás de la nuca. Veo llegar el día en que algún oportunista y arribista (y los hay a puñados) emponzoñe el oasis literario. Si usa desdoblamientos en su lírica sublime, recibirá un premio nacional, con el cuento de que está siendo “precursor, innovador y renovador de las formas tradicionales caducas”. Aprovecho para acusar a los que usan y abusan de la antipática arroba. Fueron los propios centros “educativos” los que la introdujeron en documentos y circulares para las familias. Se ve en artículos de opinión como si formara parte de nuestro alfabeto. ¿Cómo pueden escribir con este (@) engendro?

Si la literatura es la más alta producción de un idioma y no soporta ni necesita el lenguaje inclusivo, ¿por qué aplicarlo? El machismo reside en los discursos, ¡y ahí nos veremos las caras! María Dueñas acaba de declarar, ni corta ni perezosa: "Conmueve ver cómo aprenden a leer mujeres que se han pasado la vida limpiando oficinas". De los hombres no dice nada, vaya usted a saber por qué. Ellas son las analfabetas del Siglo XXI y no ha visto nunca a un señor abrillantar el suelo de un centro de salud. En cuanto a mí, lo dije una vez y lo repito hoy, alto y claro: no me rindo ni me arrodillo, ante nada ni ante nadie.

 


jueves, 4 de febrero de 2021

EL JURAMENTO

Siempre me pareció que detrás del movimiento 15 M existía lo que podríamos llamar "mentalidad señoritinga y funcionarial". Al definir el estado del bienestar como una mesa con dos patas (luego cayeron en la cuenta de que eran cuatro), los funcionarios convirtieron su condición en un sacerdocio. Los dos pilares a los que me refiero no son otros que la sanidad y la educación. El grito de guerra era "pública, universal y gratuita". Así las cosas, las mareas blancas y verdes fueron una marcha hacia la justicia social en estado puro. La palabra de un sanitario o de un profesor no podía ser puesta en entredicho. ¡Quién era el guapo que en ese contexto defendía el derecho a la educación privada o concertada! ¡Quién era el ciudadano honrado que se atrevía a recordar cuántas consultas al día se resuelven a través de una póliza! ¡Quién le decía a los españoles que la mayoría de los funcionarios prefieren "la libre elección de médico", cubierta por sus mutuas! Solo existían dos palabras negativamente connotadas: privatización y recorte.
El médico (como el maestro o el padre) representa la auctoritas. No en vano se les llama "autoridades sanitarias". El juramento hipocrático es algo así como un código moral básico. Entre sus principios está el de "hacer de la salud y de la vida de vuestros enfermos la primera de vuestras preocupaciones". 
Una simplista plantilla ideológica ha empobrecido el debate sobre el futuro del estado del bienestar. Incluso diría que tal debate está presente en círculos minoritarios y proscritos. A un lado se sitúa lo público, que es lo bueno y destinado a los pobres (o el pueblo), cultivado por la izquierda social-ista. Al otro lado está lo privado, que es perverso y privilegio para los ricos "de derechas".
La realidad, que es terca, nos desafía continuamente. Esperanza Aguirre trató su cáncer de mama en el Hospital Clínico, cien por cien "público". Una ministra del gobierno de Zapatero, por contra, fue ingresada de urgencia en un hospital "privado". Para hacerse perdonar (explicatio non petita) declararon que "era el que tenía más cerca". Transcurren los años, y seguimos igual. Carmen Calvo fue atendida por Covid en el Ruber internacional. Nada que objetar, al menos por mi parte. La disonancia se produce entre sus discursos y los hechos. 
Corría el 2013 cuando se cruzó una línea roja. Cristina Cifuentes sufrió un gravísimo accidente de moto y fue ingresada en el Hospital La Paz. Se debatió entre la vida y la muerte (como suele decirse), en la UCI, con 49 años. Tenía ya estatus de paciente y no de político, como Delegada del gobierno. Un centenar de trabajadores (y nunca se especifica rango ni condición) se concentraron a la entrada del hospital. Llevaban batas blancas, eso lo recuerdo. Con gritos (que es como se hacen las cosas) pedían el desalojo de la enferma. Su reclamación: ¡que se vaya a la privada! 
Nunca, como administrada, he sentido más ira y vergüenza. Había grabaciones en las que podía identificarse a los manifestantes. Si eran funcionarios, merecían ser suspendidos de empleo y sueldo por falta grave. Si no lo eran, tenían razón los que denunciaban que el sindicalismo armaba camorra, disfrazando a sus huestes de sanitarios en activo.
No podemos poner la mano en el fuego "porque quien habla es funcionario". A menudo se enredan en su situación laboral, con la excusa de la defensa de "lo público" y "el interés general". Muchos (no generalizaré) son gente muy apalancada, atenta al Boletín Oficial del Estado. Han hecho de su palabra palabra de Dios.
El hospital Álvaro Cunqueiro (en Vigo) supuso un vía crucis. Su propia construcción (en plena crisis) fue muy discutida "por el modelo de financiación". Una vez más los que se niegan a debatir sobre las cuentas públicas se tiraron al monte. No había argumento que no utilizaran contra la existencia misma del nuevo complejo hospitalario. El área metropolitana había crecido mucho. La sociedad trabaja con ratios que hay que cumplir. El viejo hospital Xeral era una ruina, un edificio enfermo. Se criticaban los recortes, a la par que se atacaba la inversión. Llegaron a decir que "había ratas en las habitaciones". Los pacientes del Xeral, que iban a ser trasladados, tenían miedo. Cómo extrañarse de nada, si en Madrid los justicieros se apostaban en las puertas principales. Armados de ataúdes de cartón, subían el ánimo de enfermos y acompañantes.
Mutatis mutandis, llegamos a la gran crisis sanitaria. Todas las comunidades tienen problemas, pero la diana ha sido Madrid. El hospital Zendal (abierto "por si acaso") ha resultado ser necesario. ¿Cuáles son las objeciones? ¡¡¡Todas!!! Comida con moho o comida fría. Como si el consomé llegara hirviendo a la cuarta planta en el resto de los hospitales. En la TVE (pagada con impuestos) se inflan a entrevistar enfermeras con más cara que espalda. No quieren ir al Zendal, por esto, por aquello, por lo otro. 
Si me lee algún crédulo, que piense en IFEMA. Supuso un esfuerzo sobrehumano, pero tampoco obtuvo la aprobación de sus señorías. Los "sinvergüenzas" a los que se refiere Ayuso existen, ya lo creo. Que sean políticos, pase, pero si son sanitarios estamos en bancarrota moral. En el colmo del paroxismo fanático, se sospecha de sabotajes desde dentro. Lo denuncia Fernando Prados, coordinador, aunque Isa Serra prefiere hablar de "invenciones del PP". Es una pedazo de estúpida e Hipócrates le sonará a una marca de calcetines: "si quebrantáis el juramento, que vuestra conciencia y honor os lo demanden". 
 

sábado, 31 de octubre de 2020

SOLDADO DESCONOCIDO


 Son exactamente cincuenta y nueve. Poco más de medio centenar entre miles de muertos. Nadie los reclamó y, sin embargo, tenemos la cifra exacta. No así del resto de fallecidos por Covid 19. Tampoco sabemos cuántos expertos están al frente de este apocalipsis del nuevo milenio. Simón no nos lo dice, porque son muchos y le da pereza ponerse a la tarea. Contrasta su apatía con el ímprobo esfuerzo de un Santiago Abascal exhausto, sudoroso: el listado de asesinados por ETA es mucho más largo y leyó sus nombres en el Congreso, uno a uno. 
Son, pues, cincuenta y nueve seres que solo se tenían a sí mismos. La comunidad de Madrid les ha dado una digna sepultura, con sus nombres grabados en las lápidas. Ya conforman una especie de monumento al soldado desconocido. Por mucho que se llamaran Juan González o Petra Delicado, ¿quiénes eran, en realidad? 
No lo sé yo ni lo sabe nadie. Cuarenta llegaron a un hospital y diecinueve estaban en una residencia. ¿Parientes de don Celestino Argenta?, ¿parientes de doña Eulalia Montero? Cada uno de ellos son la soledad hecha carne. Reposan todos juntos, muro con muro, velando la madrugada. Llegan los primeros fríos y se acerca el día de difuntos: ni una rosa, ni un clavel, nada. Como mucho, les llegará el resplandor titilante de una vela, que baila en la tumba de enfrente. Es probable que se hermanen en eso con otros finados. La fiesta se presenta muy complicada este año. Serán muchos los que desistan de limpiar tumbas y poner flores a sus muertos. Los campos santos lucirán con la quietud que los envuelve habitualmente.
Son cincuenta y nueve, nacidos de madre, hace ya mucho, mucho tiempo. Fueron amamantados, abrazados, arropados en sus cunas. Murieron solos y siguen solos, después de morir. No tenían seguro de decesos. Nunca un anonimato colectivo se hizo más célebre. Reyes y reinas coronados por un día. Un conocido periódico les ha dedicado media portada, ni siquiera toda. Y eso que son cincuenta y nueve. No existe dinero público mejor gastado: 134.000 euros en servicios funerarios. Han yacido esperando en un frigorífico, pero en vano. Ahora descansan en paz en el cementerio de Carabanchel. 
No todo está perdido, como se ve. Existe una administración, mal que bien. La misma que es inútil aquí, es útil allá, ¡aleluya! Lo raro es que no se haya dado la noticia utilizando la palabra "perímetro".  Ahora todo es "perimetral". Imaginando a un plumilla comiéndose los mocos, escribiríamos: laica sepultura perimetral a cincuenta y nueve ancianos con patologías previas.

viernes, 16 de octubre de 2020

OLD MAN




La muerte llegará, más tarde o más temprano. Solo un condenado a la pena capital sabe qué día será el último. Las edades del hombre se suceden con el ritmo de las estaciones y la vida es breve, tan breve, apenas un latido, entre la cuna y la sepultura. 
Quizá la infancia se estiró un poco, no digo que no. Cambiábamos cromos, jugábamos a las canicas, bailábamos bajo la lluvia chapoteando sobre los charcos. Tal vez tuvimos miedo (¡miedica!), mucho miedo, miedo a todo: a las ranas, al cuarto oscuro, al puente levadizo. 
¿Hubo días luminosos?, ¡por cierto que los hubo! Los castillos en la arena, el circo aquel verano, la hoguera en la noche de San Juan. A veces, sobre el pupitre, te vencía el letargo. Era un abatimiento muy adulto, precoz, anunciador de futuras penitencias. 
Nunca te sabías las lecciones y te llamaron burro. ¡No llegarías a ser nada! ¡Eras idiota!, ¡idiota!, ¡un idiota! Rezabas con flores a María.
Lo mejor del año eran las excursiones. Subías al autocar, que olía a cuero nuevo. Comías el bocadillo de tortilla fría, al pie de la colina. Cantabas a voz en grito, al regresar. Un rostro amado te esperaba. Te ponía los calcetines secos o te echaba encima una chaqueta. Caía el rocío y podías resfriarte. Había justicia en el mundo.
Después fuimos jóvenes y nos hicimos altaneros. Nos cegaba la arrogancia, il córpore sano, la mens llena de pájaros. El profe de francés escupía cuando hablaba, el de filosofía se teñía el pelo, ¡y qué fea era la de latín! El tiempo parecía detenerse en ceremonia orgiástica. El amor se escribía sin hache y con minúscula. Teníamos carta de naturaleza, cédula para todo, cláusulas de inclusión y de exclusión. La climatología se declaraba de nuestra parte. La sopa estaba siempre caliente y la ensalada fría. Dormías de un tirón, a veinte mil leguas del psicoanálisis. Todo era música, música, música, ¡qué pesada se ponía mamá!
Así subimos peldaños, una costanera, un montículo. Quizá perdimos el rumbo un día de niebla, o nos detuvimos demasiado a contemplar el panorama. Entonces la tarta llevaba ya treinta velas, ¿cómo era posible? ¡Pues lo era!, y treinta y cinco, ¡sopla!, y ya eran cuarenta.
Fue una zona fronteriza, de turbulencias. La vida se cobraba sus facturas vestida de negro. Algunos murieron, ¿era una broma? Empezaron a referirse a ti como señor. Como no tenías hijos, nadie te llamaba papá. Los cincuenta se precipitaban con el rugido de un bólido en una autopista. Cumpliste siete más, enseguida otros siete, ¿quién es esa chica que canta tan bien?
Te dices y te repites que el futuro está en malas manos. La doctora te comunica que ha subido mucho tu colesterol en sangre. Hace tiempo que no ves bien sin las gafas, y hasta parece que no oyes del oído derecho. A veces haces cálculos, grosso modo. ¿Cuánto tiempo puede quedarte? Sea mucho o poco, nunca volverás a ser joven. Todo irá a peor. 
Después de las ocho, no estás disponible por fatiga crónica. Después de comer, eres una batería descargada. Pasas más tiempo tumbado que de pie. ¿Qué habrá sido de aquel o aquella? ¡Si le hubieras dicho lo que tenías que decir! Y es que las cuentas no te salen. Entre el debe y el haber se abre un abismo. No te asomes, que hay dragones.
El sueño repta con sigilo y se te lleva a media tarde. Oyes el avance del segundero en el reloj de la mesita. ¿Estás despierto o estás dormido? Ni siquiera lo sabes. Te aturde la chavalería, que avanza por la calle. Gritan como crías de gaviota. El mundo les pertenece, con su jugo de sandía abierta. No te miran nunca, cuando se cruzan en tu camino. Solo eres un viejo y la culpa la tienes tú. Encima, no te quejes...No sabes nada, no entiendes nada. Estúpido...