Han saltado al ruedo las fotografías de ciertos libros de
texto actualmente en curso. En una sola
página se pueden encontrar hasta siete desdoblamientos: “judíos y judías”,
“cristianos y cristianas”, “conversos y conversas”. Además “musulmanes y
musulmanas” dos veces, “moriscos y moriscas” y “sospechosos y sospechosas”. El
mismo Pérez Reverte ha recogido la imagen en un tweet, como académico y
escritor. Decía así: “libros de texto escritos por idiotas para fabricar
idiotas. Y hay colegios que los aceptan”. Para colmo de males, un mitin de la
ministra de igualdad corre por las redes como la pólvora: habla de “hijos,
hijas e hijes”, de “niño, niña, niñe” y de ser “escuchados y escuchades”.
Sería un error pensar
que el discurso de Irene Montero no pasa de ser una anécdota estrafalaria. Cabe preguntarse quién demonios la
educó a ella. Representa un compendio, una síntesis, un sistema complejo de
dogmas y creencias. Combina lo que se ha
dado en llamar “lenguaje inclusivo” con la “diversidad sexual”.
Las parteras de la lengua empezaron con la guerra de la “a” y
la “0”. Eran marcas de femenino y masculino, pero no siempre. Por ejemplo, el
plural de trabajador es trabajadores y no “trabajadoros”. Dicen “presidenta”
pero no “pacienta”, “cantanta” o “estudianta”. El término “juez” puede ser
fácilmente despachado sirviéndose del artículo: unos prefieren la forma “la
jueza”, pero otros eligen “la juez”. Pasa lo mismo con “la médico” o “la
piloto”, no así con “la portero”, cuyo uso correcto sería “la portera”.
Esta pugna de la “a” y la “o” queda superada, en mi opinión,
por la inmensa riqueza del idioma y la pericia de quien lo usa. En un momento, sin embargo, se introdujo
otro elemento de perturbación. Fueron los escuadrones de la “e”, con la que se designaba a todos aquellos
que dicen vivir más allá de los estrechos límites del “sexo binario”. La
fórmula es “bienvenidos a todos, todas y todes”. Hay desdoblamiento, sí, pero
también “ideología de género”. Según Irene Montero, la naturaleza yerra en su
fabricación de seres. Entonces ha de ser el Estado (que ella representa con
mucho gusto) el que “reasigne el género”. Si una mujer de 40 kilos se
autopercibe gorda, se la manda a psiquiatría, pero si se autopercibe hombre,
no.
El discurso de la ministra es real, por mucho que parezca
delirante. Orientar a las personas con “problemas de identidad sexual” antes de
que hagan algo irreversible lo considera una “terapia de conversión” aberrante,
propuesta por la derecha política. El llamado Lobby Europeo de Mujeres no le da
la razón ni de broma. Acaba de publicar un libro cuyo título en español (El género daña) no deja lugar a dudas.
La lengua está viva, en perpetuo cambio y evolución. El
ministro de Ciencia atribuye un machismo inmovilista a la Real Academia, quizá
porque no ha leído El Quijote o La Celestina. Las nuevas realidades
exigen términos nuevos, como vigoréxico
o finde, pero la palabra (nominalismo puro) no basta “para hacer la cosa”. Dicho
sin rodeos: no sé qué es “une hije” o “une niñe” que quiere “ser escuchade”. Lo
que sí sé es que en Francia han dicho
“hasta aquí hemos llegado”. El “lenguaje inclusivo” no era aceptado por la
Real Academia de la república, como tampoco lo es en nuestra monarquía
parlamentaria. A excepción de algún caso, queda excluido de los textos
oficiales.
Si hubiera pataleta feminista, estaría de entrada
descalificada. Basta echar un vistazo a los excesos de nuestros libros de
texto, para comprobar hasta dónde somos capaces de errar. Se empieza por el
“bienvenidos a todos y todas” y se acaba en un callejón sin salida. Los
primeros “idiotas” a los que se refiere Reverte fueron los políticos, seguidos
muy de cerca, ¡ay!, por los profesores.
Si se frenan los abusos del lenguaje inclusivo, tampoco
habrá que mencionar “el tercer género” que no es género. Así y todo, la cosa no
acaba aquí. Hace unos días salió la noticia de un trans que realiza su cambio de mujer a hombre. Antes de
incapacitarse definitivamente como mujer, ha elegido “ser madre siendo a la vez
padre”. Su apariencia es la de un caballero con un abdomen abultado. Desde
luego necesita una expresión ad hoc:
se lo llama “padre gestante”. Si se tratara de una mujer, no diríamos “madre
gestanta”. El caso al que me refiero no necesita la expresión “ser escuchade”.
La razón no es otra que, nacido mujer, “se autopercibe” hombre y no “no
binario”. Vive un preciso instante en que ambas realidades se fusionan, en
virtud de un difícil equilibrio cuyas consecuencias no conocemos.
Yo, que trabajo con la
lengua, empiezo a sentir un aliento helado detrás de la nuca. Veo llegar el día
en que algún oportunista y arribista (y los hay a puñados) emponzoñe el oasis
literario. Si usa desdoblamientos en su lírica sublime, recibirá un premio
nacional, con el cuento de que está siendo “precursor, innovador y renovador de
las formas tradicionales caducas”. Aprovecho para
acusar a los que usan y abusan de la antipática arroba. Fueron los propios
centros “educativos” los que la introdujeron en documentos y circulares para
las familias. Se ve en artículos de opinión como si formara parte de nuestro
alfabeto. ¿Cómo pueden escribir con este (@) engendro?
Si la literatura es la más alta producción de un idioma y no
soporta ni necesita el lenguaje inclusivo, ¿por qué aplicarlo? El machismo
reside en los discursos, ¡y ahí nos veremos las caras! María Dueñas acaba de declarar, ni corta ni perezosa: "Conmueve ver cómo aprenden a leer mujeres que se han pasado la vida limpiando oficinas". De los hombres no dice nada, vaya usted a saber por qué. Ellas son las analfabetas del Siglo XXI y no ha visto nunca a un señor abrillantar el suelo de un centro de salud. En cuanto a mí, lo dije una vez y lo
repito hoy, alto y claro: no me rindo ni me arrodillo, ante nada ni ante nadie.
Más oportuno y bien traído no puede ser.
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