jueves, 4 de febrero de 2021

EL JURAMENTO

Siempre me pareció que detrás del movimiento 15 M existía lo que podríamos llamar "mentalidad señoritinga y funcionarial". Al definir el estado del bienestar como una mesa con dos patas (luego cayeron en la cuenta de que eran cuatro), los funcionarios convirtieron su condición en un sacerdocio. Los dos pilares a los que me refiero no son otros que la sanidad y la educación. El grito de guerra era "pública, universal y gratuita". Así las cosas, las mareas blancas y verdes fueron una marcha hacia la justicia social en estado puro. La palabra de un sanitario o de un profesor no podía ser puesta en entredicho. ¡Quién era el guapo que en ese contexto defendía el derecho a la educación privada o concertada! ¡Quién era el ciudadano honrado que se atrevía a recordar cuántas consultas al día se resuelven a través de una póliza! ¡Quién le decía a los españoles que la mayoría de los funcionarios prefieren "la libre elección de médico", cubierta por sus mutuas! Solo existían dos palabras negativamente connotadas: privatización y recorte.
El médico (como el maestro o el padre) representa la auctoritas. No en vano se les llama "autoridades sanitarias". El juramento hipocrático es algo así como un código moral básico. Entre sus principios está el de "hacer de la salud y de la vida de vuestros enfermos la primera de vuestras preocupaciones". 
Una simplista plantilla ideológica ha empobrecido el debate sobre el futuro del estado del bienestar. Incluso diría que tal debate está presente en círculos minoritarios y proscritos. A un lado se sitúa lo público, que es lo bueno y destinado a los pobres (o el pueblo), cultivado por la izquierda social-ista. Al otro lado está lo privado, que es perverso y privilegio para los ricos "de derechas".
La realidad, que es terca, nos desafía continuamente. Esperanza Aguirre trató su cáncer de mama en el Hospital Clínico, cien por cien "público". Una ministra del gobierno de Zapatero, por contra, fue ingresada de urgencia en un hospital "privado". Para hacerse perdonar (explicatio non petita) declararon que "era el que tenía más cerca". Transcurren los años, y seguimos igual. Carmen Calvo fue atendida por Covid en el Ruber internacional. Nada que objetar, al menos por mi parte. La disonancia se produce entre sus discursos y los hechos. 
Corría el 2013 cuando se cruzó una línea roja. Cristina Cifuentes sufrió un gravísimo accidente de moto y fue ingresada en el Hospital La Paz. Se debatió entre la vida y la muerte (como suele decirse), en la UCI, con 49 años. Tenía ya estatus de paciente y no de político, como Delegada del gobierno. Un centenar de trabajadores (y nunca se especifica rango ni condición) se concentraron a la entrada del hospital. Llevaban batas blancas, eso lo recuerdo. Con gritos (que es como se hacen las cosas) pedían el desalojo de la enferma. Su reclamación: ¡que se vaya a la privada! 
Nunca, como administrada, he sentido más ira y vergüenza. Había grabaciones en las que podía identificarse a los manifestantes. Si eran funcionarios, merecían ser suspendidos de empleo y sueldo por falta grave. Si no lo eran, tenían razón los que denunciaban que el sindicalismo armaba camorra, disfrazando a sus huestes de sanitarios en activo.
No podemos poner la mano en el fuego "porque quien habla es funcionario". A menudo se enredan en su situación laboral, con la excusa de la defensa de "lo público" y "el interés general". Muchos (no generalizaré) son gente muy apalancada, atenta al Boletín Oficial del Estado. Han hecho de su palabra palabra de Dios.
El hospital Álvaro Cunqueiro (en Vigo) supuso un vía crucis. Su propia construcción (en plena crisis) fue muy discutida "por el modelo de financiación". Una vez más los que se niegan a debatir sobre las cuentas públicas se tiraron al monte. No había argumento que no utilizaran contra la existencia misma del nuevo complejo hospitalario. El área metropolitana había crecido mucho. La sociedad trabaja con ratios que hay que cumplir. El viejo hospital Xeral era una ruina, un edificio enfermo. Se criticaban los recortes, a la par que se atacaba la inversión. Llegaron a decir que "había ratas en las habitaciones". Los pacientes del Xeral, que iban a ser trasladados, tenían miedo. Cómo extrañarse de nada, si en Madrid los justicieros se apostaban en las puertas principales. Armados de ataúdes de cartón, subían el ánimo de enfermos y acompañantes.
Mutatis mutandis, llegamos a la gran crisis sanitaria. Todas las comunidades tienen problemas, pero la diana ha sido Madrid. El hospital Zendal (abierto "por si acaso") ha resultado ser necesario. ¿Cuáles son las objeciones? ¡¡¡Todas!!! Comida con moho o comida fría. Como si el consomé llegara hirviendo a la cuarta planta en el resto de los hospitales. En la TVE (pagada con impuestos) se inflan a entrevistar enfermeras con más cara que espalda. No quieren ir al Zendal, por esto, por aquello, por lo otro. 
Si me lee algún crédulo, que piense en IFEMA. Supuso un esfuerzo sobrehumano, pero tampoco obtuvo la aprobación de sus señorías. Los "sinvergüenzas" a los que se refiere Ayuso existen, ya lo creo. Que sean políticos, pase, pero si son sanitarios estamos en bancarrota moral. En el colmo del paroxismo fanático, se sospecha de sabotajes desde dentro. Lo denuncia Fernando Prados, coordinador, aunque Isa Serra prefiere hablar de "invenciones del PP". Es una pedazo de estúpida e Hipócrates le sonará a una marca de calcetines: "si quebrantáis el juramento, que vuestra conciencia y honor os lo demanden". 
 

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