Son exactamente cincuenta y nueve. Poco más de medio centenar entre miles de muertos. Nadie los reclamó y, sin embargo, tenemos la cifra exacta. No así del resto de fallecidos por Covid 19. Tampoco sabemos cuántos expertos están al frente de este apocalipsis del nuevo milenio. Simón no nos lo dice, porque son muchos y le da pereza ponerse a la tarea. Contrasta su apatía con el ímprobo esfuerzo de un Santiago Abascal exhausto, sudoroso: el listado de asesinados por ETA es mucho más largo y leyó sus nombres en el Congreso, uno a uno.
Son, pues, cincuenta y nueve seres que solo se tenían a sí mismos. La comunidad de Madrid les ha dado una digna sepultura, con sus nombres grabados en las lápidas. Ya conforman una especie de monumento al soldado desconocido. Por mucho que se llamaran Juan González o Petra Delicado, ¿quiénes eran, en realidad?
No lo sé yo ni lo sabe nadie. Cuarenta llegaron a un hospital y diecinueve estaban en una residencia. ¿Parientes de don Celestino Argenta?, ¿parientes de doña Eulalia Montero? Cada uno de ellos son la soledad hecha carne. Reposan todos juntos, muro con muro, velando la madrugada. Llegan los primeros fríos y se acerca el día de difuntos: ni una rosa, ni un clavel, nada. Como mucho, les llegará el resplandor titilante de una vela, que baila en la tumba de enfrente. Es probable que se hermanen en eso con otros finados. La fiesta se presenta muy complicada este año. Serán muchos los que desistan de limpiar tumbas y poner flores a sus muertos. Los campos santos lucirán con la quietud que los envuelve habitualmente.
Son cincuenta y nueve, nacidos de madre, hace ya mucho, mucho tiempo. Fueron amamantados, abrazados, arropados en sus cunas. Murieron solos y siguen solos, después de morir. No tenían seguro de decesos. Nunca un anonimato colectivo se hizo más célebre. Reyes y reinas coronados por un día. Un conocido periódico les ha dedicado media portada, ni siquiera toda. Y eso que son cincuenta y nueve. No existe dinero público mejor gastado: 134.000 euros en servicios funerarios. Han yacido esperando en un frigorífico, pero en vano. Ahora descansan en paz en el cementerio de Carabanchel.
No todo está perdido, como se ve. Existe una administración, mal que bien. La misma que es inútil aquí, es útil allá, ¡aleluya! Lo raro es que no se haya dado la noticia utilizando la palabra "perímetro". Ahora todo es "perimetral". Imaginando a un plumilla comiéndose los mocos, escribiríamos: laica sepultura perimetral a cincuenta y nueve ancianos con patologías previas.
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