miércoles, 10 de febrero de 2021

Aquí, entre nosotros.

Nunca pensé que Cayetana Álvarez de Toledo tendría un papel en la campaña electoral catalana. Apoyando al candidato Alejandro Fernández, hizo su discurso, en un acto a tres, con la sorprendente participación (on-line) de Alejo Vidal-Quadras, que ya no milita en partido alguno desde hace seis años. Estructuró su intervención en forma de 12 mandamientos. Estaba bien armada, con el rigor que la caracteriza. Al llegar al punto número 11, afirmó lo que alguna vez había dejado entrever: "al nacionalismo no se lo combate con más nacionalismo". Estaba haciendo referencia a VOX, naturalmente. Es lícito que se distancie y marque diferencias, que las hay. No lo hizo ad-hominem, como Casado el día de la moción de censura. Ella, que se lo reprochó en público, se está equivocando ahora y por razones diferentes.

Oponer un nacionalismo a otro es el viejo comodín de la equidistancia. La propia Cayetana critica la tibieza de quienes reparten culpas a partes iguales. Es la letanía que hemos escuchado tantas veces: los nacionalismos periféricos se pasan, pero el nacionalismo español...Entendería que Cayetana nos hablara de un patriotismo exacerbado. Estamos ante la exaltación de la épica, en un país que se culpa a sí mismo de sus gestas. Acepto que no puede uno vivir de reacciones, sino de opiniones, de diagnósticos bien realizados, pero no es acertado llamar nacionalismo a cualquier cosa.

Solo una serie histórica, como diría un economista, nos ayuda a entender qué es VOX exactamente. Podríamos definirlo como una piel con dermatitis atópica. El PH está alterado y reacciona al mínimo roce. Desde luego sería bueno que esa piel recobrara su equilibrio natural y luciera sin rojeces. No obstante, habría que estudiar si hay algún problema en origen. Sea como fuere, no hablamos de lepra, ni de los bubones de la peste negra. Tampoco parece sensato que el dermatólogo de turno nos eche la bronca. Convalecer no es delinquir.

Su primer envite electoral estuvo asociado a la cuestión aborto. Ruiz Gallardón dimitió, por no haber tocado la ley de Zapatero, como había prometido. Algún sector de los votantes (y militantes) se mostraban molestos y defraudados, aunque en el PP se percibía un enorme pudor para tratar el asunto. Pocas ganas tenía Mariano Rajoy de "enredar en esas cuestiones". Apenas un ajuste aquí y punto. Después se dedicaron a decir que el aborto es un fracaso. La gente del PP lo repetía sin cesar en las televisiones. Es entonces cuando un embrionario VOX participa en un encuentro europeo pro-vida. Se presentaron a las elecciones al parlamento de Bruselas. Consiguieron medio millón de votos (muy concentrados), si la memoria no me falla. Después se desinflaron como un souflé. Aquel animal herido hibernó en aguas tranquilas y poco profundas. Cataluña, entretanto, se iba convirtiendo en un polvorín a punto de estallar. Eran los tiempos en los que "había que seducir a los catalanes", "atraerlos hacia el estado". A su vez, el independentismo se transmutaba en bestia negra. Su retórica ha degenerado y se ha extendido como mancha de aceite: España es un país atrasado, franquista, habitado por vagos, casposos, analfabetos. La renta catalana nos ha dado de comer como a un lastre. Fuera del estado español les esperaba el paraíso que merecían.

Este es el alérgeno que reactivó la reacción llamada VOX. Hay otros, pero es el principal. No puede ser que andemos con tantas contemplaciones, si se trata de las quejas de los independentistas, y que no entendamos que miles de españoles se sintieron humillados hasta lo más hondo. Hay que recordar a los policías destinados al Piolín y a los hoteles, alrededor del día 1 de octubre. Multipliquemos su malestar por las personas que sufrieron con ellos: entorno familiar, amistoso, de influencia. Las cuentas son muy claras.

VOX ha sido satanizado, indiscutiblemente. Su ideario es distorsionado todos los días, en todas partes. Si critican la Ley Integral contra la violencia de género es porque recogieron un malestar que comparte el mismo Alfonso Guerra, que la considera inconstitucional. Cuando alertan sobre la llamada "ideología de género" coinciden con el Partido Feminista de Lidia Falcón...Debe ser algo cultural, inherente al ser humano: señalar un grupo como si fuera un tumor y aislarlo contrastadamente. Se los despoja de su verdadera naturaleza y se los cosifica. En ellos se concentra la esencia del pecado.

En la campaña catalana VOX sufre agresiones y linchamientos. Quienes salen a la caza se creen los amos de los barrios. Gritan ¡fuera fascistas de nuestras calles! dispuestos a todo. Están convencidos de que combaten al mismo diablo. Solo Toni Cantó y algunos más han condenado estos ataques. Suertudo él, el rapero Hasél recaba apoyos de la crème, a la gauche divine. Se defiende su libertad para hacer enaltecimiento del terrorismo (el único delito que implica cárcel de los que se le imputan) porque es un artista, que es tanto como decir que existe un Derecho exclusivamente para élites que están por encima de la ley. ¿Qué pasaría, si otro rapero incitara a los muchachos a pegar a sus novias? ¿Qué pasaría, si en sus letras aplaudiera que alguien mate transexuales por la noche? ¿Se mojarían todos los firmantes que se solidarizan con Hásel? Son solo tres preguntas. 

"Las letras" de VOX, en cambio, no deberían existir. Ya no se trata de callarlos, sino de exterminarlos. Repudiarlos es como lavarse en público, ¡queda uno muy bien!, pero no olvidemos que lo mismo se hacía con el PP, con Cs, con UPyD, cuando existía. Defender, pues, la dignidad de la gente de VOX es ponerse a tiro. Lo sé, pero no me importa. Lo hago hoy por dos razones principalmente: porque denuncio la banalización del mal y porque ya me conozco el cuento.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario