martes, 12 de enero de 2021

LA GRAN NEVADA

En Una Obra Maestra (2017), en la página 202, escribí: "la epidemia de gripe estaba siendo terrible, ¡terrible!. Le recomendó el uso de guantes y mascarilla, en sus labores de enfermería, después de preguntarle y preguntarse quién las cuidaría, si ella misma caía enferma". Más adelante añado: "el locutor hablaba de una ciudad colapsada. Las comunicaciones habían quedado interrumpidas y las carreteras cortadas. Más de un metro de nieve atrancaba puertas y portales. Se declaraba la suspensión de las clases y se recomendaba a la población permanecer en sus casas". 

Me estaba refiriendo a una tormenta de nieve que se había abatido sobre el país con temperaturas inusualmente bajas. Era, en realidad, una ola de frío ártico. Durante días los cielos se sacudieron un liviano confeti pulverizado, apenas el espolvoreo harinoso que velaba cristales y escarchaba capós. Ni yo misma puedo asumir la autoría de estos párrafos. Aún hay más, pero no voy a seguir transcribiendo. También hablaba de una epidemia acaecida años atrás, y de las excelencias de la medicina militar y el comportamiento ejemplar de los soldados. Dicho sin rodeos: dejaba al resto del funcionariado a la altura del betún.

Una Obra Maestra es una parodia de principio a fin. Es una puerta desportillada, pero es una puerta a un mundo. No es la primera vez que me pasa: tengo que poner mucho cuidado en lo que escribo porque acaba sucediendo. La naturaleza y el arte, el arte y la naturaleza. 

Una parodia funciona como un gran simulacro. También es un modelo que trata de explicar la fenomenología. Claro que no es lo mismo una ola en un tanque de agua que el tsunami sobre las costas. Cuando llega, supera todas las previsiones y revienta hasta la última sutura de una sociedad ya de por sí socavada. 

Sucedió con la pandemia y vuelve a ocurrir con la gran nevada. Filomena se había anunciado como la llegada de un meteorito, pero nada. Parece que tenemos meteorólogos solo para que los turistas sepan qué prendas meter en sus equipajes. Caos, imprevisión, desconcierto: siempre pasa lo mismo. La nieve ha caído, sepultando campos y ciudades. Se confirmó el pronóstico implacablemente. Un poco más de estupor en una sociedad paralizada y agotada. Y el gobierno dale que te pego con las ruedas de prensa. Después llega la hemeroteca, no para honra de quienes tanto predicaron. Donde dije digo, digo Diego. Los más ciegos prefieren creer que el pobrecito de Pablo Iglesias no ha podido evitar que suba el recibo de la luz. Él es un buen hombre, pero tiene las manos atadas. Siempre hay un Aznar o un González en quienes descargar la culpa. Cuando entre por una puerta giratoria, será porque lo empujaron. Los de las renovables callan, después de arruinarnos a todos. Subvenciona, que pagará Juan Pueblo. 

Desde el punto de vista estético, la nieve es bella, muy bella. Para la vida ordinaria, resulta un engorro y una bendición. Hemos visto sanitarios caminar de madrugada para llegar a su puesto de trabajo. A otros les dio por esquiar en la Puerta de Alcalá. Nos amenazaba el desabastecimiento y se congelaron las tuberías. Los coches parecían de juguete, inutilizados en las cunetas. Se levantaron muñecos con una zanahoria como nariz. El tiempo había retrocedido hasta una Navidad recién despedida. Es la hora de los edredones de plumas y las chimeneas de leña. Seguimos en pijama la evolución de los acontecimientos. Sacamos la chocolatera, el infiernillo, el brasero. Feijóo se arrepiente de abrir el puño en fechas señaladas e Iñaqui Gabilondo anuncia que tira la toalla. Una estrella de la tele se atreve a dar las noticias sin peinarse ni maquillarse. El novio de Ayuso se anima con el snowboard a pie de calle. Iván Espinosa ha perdonado el calentón de Mónica López, que todo lo sabe sobre el cambio climático. A Julia Otero no la apearía de su fanatismo antiliberal ni su propio Juicio Final.

La vacunación, (que iba lenta) se ha interrumpido. Hemos pasado de una pandemia a una glaciación súbita. Los voluntarios más voluntariosos se ofrecen para transportar a la gente de acá para allá en sus 4x4. El silencio lo envuelve todo. El alcalde Almeida ayudaba a empujar coches varados en sus nichos. Si uno amplía la imagen, puede apreciar que no lleva ni guantes. Esa es la disposición que nos hace falta: como se dice vulgarmente, un tío con un par. Entretanto, las mayorías se disputan la fotografía más hermosa para Instagram. Los dueños de los bares y cafeterías han recibido la estocada mortal. Los estudiantes se mueren de frío, en aulas con las ventanas abiertas. Si las cierras, estás incumpliendo la ley. 

Llegados a este punto, ¿qué más nos podría pasar? Dicen que año de nieves, año de bienes. En un acto de supervivencia extremo, una muchedumbre se echó a las calles para celebrarlo: dale a tu cuerpo alegría, Macarena. Como quien no quiere la cosa, ya llegamos a mitad de mes. Pronto se celebrará el primer aniversario del confinamiento total. Nace gente todos los días, a pesar de todo. Y muere gente todos los días. Son tiempos difíciles, qué duda cabe. Vivimos y sobrevivimos en la cuerda floja. La sociedad está siendo un caos milagrosamente controlado. Cuando nos demos cuenta, estaremos saludando la primavera.
 

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