miércoles, 9 de diciembre de 2020

SOLO PARA ADULTOS

Hace algunos años escribí que se estaba gestando una guerra generacional a cara de perro. No recuerdo las palabras exactas, pero sí la inquietud que las inspiraba. Hoy no puedo si no mirar desolada a mi alrededor, contemplando esta carnicería. Los cuervos amamantados a los pechos de sus madres nos están arrancando los ojos.
No es casual que Juan Carlos Monedero escribiera un libro titulado "La transición contada a nuestros padres". Aunque está algo crecidito (tiene casi 58 años) en él se fusionan el joven que quiere seguir siendo y el adulto que ya es. También perdió pie Albert Rivera, apodado "el breve". Casi le negaba la acreditación de demócrata a cualquiera que hubiera nacido "en el Franquismo". 
Joaquín Leguina (79 años) le reprochó un acto que calificó de vil y miserable. Había promovido la disolución del Consejo Consultivo de la Comunidad de Madrid, de la que el ex-presidente formaba parte. Era algo así como los consejos de ancianos, presentes en algunas tribus. Sus miembros estaban investidos de sabiduría, experiencia, prestigio. Rivera se había dejado llevar por las ínfulas de cambiarlo todo. Le arrebató (no solo a él) una misión que Leguina consideraba necesaria, constructiva y útil. Aún así, confesó que había votado a Ciudadanos en los comicios inmediatos al cierre: no les tuvo en cuenta la afrenta, como un veterano benevolente que supo perdonar. 
El "ahora nos toca a nosotros" de Adriana Lastra (41 años), ha sido contestado por Felipe González (78 años) con un "a mí nadie me manda callar". Es muy habitual toparse en las redes con comentarios que hielan la sangre. Ya se trate de Rosa Díez como de Sánchez Dragó, les dedican tweets del tipo "¡tómate la pastilla, viejo, y vete a la cama! El truco está en ser inasequibles al desaliento.
Es así que el ministro Garzón se ha tomado con mucha alegría el sufragio llamado "universal". Propone adelantar la edad del derecho al voto, de los 18 años a los 16. No es el único que lo piensa, ni es la primera vez que alguien lo plantea. Ya el difunto Zerolo, que en paz descanse, se expresaba en los mismos términos. Supongo que les pasa como a sus colegas de la izquierda, en los años treinta. Estaban dispuestos a ampliar ese derecho a las mujeres, pero solo si las mujeres les votaban a ellos. Como el prejuicio les hacía presagiar que ser mujer implicaba ser beata y meapilas y, por tanto, "de derechas", prefirieron que solo votaran los caballeros, categoría en la que imaginaban una variabilidad mayor.
Que voten, pues, los de 16, y que se callen los de... ¿cuántos? ¿Más de 50?, ¿más de 55?, ¿más de 60?, ¿más de 65? Un repaso a las edades en juego completa la imagen de país. Arnaldo Otegi tiene 62 años y Ábalos 61. Margarita Robles cuenta 64 primaveras y Carmen Calvo 63. Grande Marlasca va para 59 y Borrell ha cumplido 73. También tenemos pipiolos, desde Errejón hasta Rita Maestre. Más parecen asamblearios de instituto que gente con responsabilidades en la cosa pública. Se ve que la raza ha mejorado mucho, gracias a las dietas enriquecidas y a la buena vida. En tiempos de mi padre, los veinteañeros aparentaban veinte años más, curtidos como estaban y enjutos como eran.
Solo se es viejo del todo si, además, se es facha. Al fin y al cabo, Wyoming tiene 65 años, cuatro menos que Federico Jiménez Losantos. Pertenece a una generación que renunció a la auctoritas. La forma de hacerse perdonar la vergüenza de la ancianidad es contemporizar con los jóvenes. Basta con abrazar sus cruzadas, sus gestos, sus vestimentas, su lenguaje. Illa y Marlasca llevan la mochilita al hombro, aunque van de traje de chaqueta. Ana Rosa Quintana (64 años) es maruja, vieja y facha. Vicente Vallés se viste por los pies y da las noticias con corbata.
Pablo Casado tiene 39 años, tres menos que su tocayo en la vicepresidencia. El primero es un bizcochito crudo y el otro es arrogante, ¡se lo sabe todo! Cuando escucho a Alfonso Guerra, que ya ha cumplido los 80, me llevo las manos a la cabeza. Intervino en la redacción de la Constitución española con tan solo 37 años y Felipe González fue investido presidente con 40. Puede que no nos corrigieran los dientes con brackets ni mucho menos nos los blanqueara un dentista afamado. Tenemos la sonrisa amarilla y amarilleada la córnea. Además vamos con muchas bajas, casi setenta mil. Los herederos de tanto capitalito, eso sí, no les harán ascos.

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