martes, 10 de noviembre de 2020

LADY HARRIS


 No sé qué mosca nos ha picado con la citizen Kamala Harris. Detecto un entusiasmo desbordado en onda "interseccional", concretamente un cruce entre feminista y racial. Lo podría entender, si estuviéramos ante una diosa, una virgen que se nos revela, pero Kamala Harris es, (nada más y nada menos), una simple mortal. 
Ya en el año 1979 una tal Margaret Thatcher fue investida primer ministro en Reino Unido. Aquí hemos conocido a Teresa Fernández de la Vega (izquierda) y Soraya Sáenz de Santamaría (derecha) como vicepresidentes. En los Estados Unidos tuvieron a Hillary como candidata, que era mucha Hillary. La cuestión es que Trump, de nombre Donald, le ganó las elecciones. Había sido secretaria de estado con Obama, un mestizo que se batió en duelo con "la cornuda" de América. George Bush tuvo en el cargo a Condolezza Rice, que además de mujer era afroamericana, aunque siendo republicana no se le van a reconocer como méritos.
Otro "producto femenino" que saltó al ruedo fue Sarah Palin. Se la presentaba como candidata a la vicepresidencia de la mano del mutilado de guerra y republicano John McCain. Enseguida le cayó un volquete de infamia: que si había despedido a su cuñado, que si iba demasiado a misa, que si era una simple ama de casa...Es ahí donde suele saltar la brecha, y no la salarial. La llamada sororidad no es más que un cuento chino. Que levante el dedo el que no esté de acuerdo. Que lo baje el que quiera castigarme con un dislake.
¿Qué tiene, pues, esta percherona de Oakland educada en Howard? Es mujerona y abogada, como Michelle Obama. Biden, a su lado, parece una salchicha de Frankfurt. Ella podría merendárselo de un solo bocado. Es otra estrella en el paseo de la fama. Es la nueva celebrity, influencer, socialité. Los pelmas de la prensa la aúpan más arriba de lo que ya está. ¡Parece que de pronto Dios existe!
Dicen las malas lenguas que acabará siendo presidente. Bueno: está dentro de lo previsto que, si falla el número uno, entre el número dos. Lo feo sería que la maniobra estuviera medio planificada. Es decir: todo está preparado para que Kamala se repantingue en el sillón del despacho oval. Ella sabrá en qué se enreda: sería como entrar por la puerta de servicio de eterna segundona. Ni es juego limpio, ni es honroso. Tendría que haberse dejado los hígados como candidata, con a, haciendo gala de que es hija de una india tamil y de un jamaicano. 
Hasta cuándo seguiremos asombrándonos de ver mujeres como si fuera insólito. Hasta cuándo seguiremos hablando de techos de cristal allí donde precisamente no existen. Hasta cuándo seguiremos diciendo ¡ozú! porque la señora es más morena que Ángela Mérkel. ¡Jesús!, ¡cuánta tontería! Empieza a ser cansino, improcedente, contraproducente. Es empalagoso celebrar el ascenso de mujeres, día sí, día también. Francamente, me importa un pepino Kamala Harris. Y no es por fastidiar.
Golda Meir fue primer ministro de Israel ya en 1969 y la abogada Zuzana Caputová es presidente de Eslovaquia, desde junio de 2019. Kolinda Grabar-Kitarovic acaba de dejar el cargo de presidente de Croacia por el partido conservador Unión Democrática Croata y Ellen Johnson-Sirleaf fue presidente de Liberia. Joyce Banda presidió la república de Malawi, aunque la más joven es Sanna Marin, de Finlandia. Dilma Rousseff ocupó la presidencia de Brasil entre 2011 y 2016 y Michelle Bachelet presidió Chile por el partido socialista. Cristina Fernández de Kirchner ha sido la presidente de Argentina, después de que lo fuera su propio marido. La nuestra se apellida Calvo, natural de Cabra, provincia de Córdoba, en Andasulía...
Es verdad que no es exactamente lo mismo. Los Estados Unidos son los Estados Unidos y España es muy poca cosa. Además no es igual llamarse Carmen que Kamala, por mucho que escribieran su novela y su ópera los amigos Mérimée y Bizet. Confío, eso sí, en que no se repita la obamamanía. De ser así, nos obligarán a ser kamalafóbicos por aburrimiento. Tal y como están las cosas, solo podremos callar, por mucho que digamos la verdad de lo que pensamos, hasta quedarnos en pelota viva.

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