viernes, 2 de octubre de 2020

RUFIANES


 El diputado Gabriel Rufián (Rufi, si no se nos ofende), sigue en su ascenso para conseguir los ochomiles y cubrirse de gloria. La última boutade, escupida en sede parlamentaria, tiene que ver con Felipe VI quien, según él, es el diputado nùmero 53 de VOX. Por si esto fuera poco y por añadidura, afirma que al rey "solo le ha votado Franco". Se ve que el analfabetismo político (además del victimismo) son hoy las mejores prendas para dárselas de machote. Bien es cierto que milita en la esquerra republicana. Tiene, pues, el marchamo de la superioridad moral y la decencia. Al rey le atribuye el escaño 53 en las filas de los que él considera "apestados" y precisamente porque es una figura neutral. Como a buen puritano (y nacionalista) le sale la obsesión por desinfectar las calles.
Siendo grave su intervención, no lo sería tanto, si la presidencia del parlamento estuviera en mejores manos. Quien allí se sienta no es un bedel ni un reloj de cuco que administra el tiempo. Pero Meritxel Batet vuelve a ser la misma, una y otra vez: nada más y nada menos que una digna empleada de su insigne jefe. Insiste hasta aburrir en respetar "la libertad de expresión" como valor absoluto en la institución que preside. También exige "educación", pero cuando se dirige a los diputados de la oposición, que protestaban. No le concedió tal libertad a Cayetana Álvarez de Toledo, retirando del diario de sesiones sus palabras a la brava y sin contemplaciones. Cayetana había dicho una verdad, dura, pero verdad al fin y al cabo: que el padre del vicepresidente segundo había pertenecido a un grupo terrorista. Sin embargo, Gabriel Rufián miente y lo hace a sabiendas. Así y todo, sus palabras no fueron censuradas ni él corregido en su ataque deliberado y pueril.
Buena sintonía parece haber entre quienes duermen juntos. El ministro de justicia padece también el mal de altura. Siendo notario mayor del reino, no toma nota. Ha justificado el veto al rey enseñando hasta los calzoncillos. Según él, cada uno "le pone el perfil que quiera" al asunto. Y añade: ¡no hay más! Decían que era un tipo brillante, pero no pasa de leguleyo. Y a obedecer, que para eso cobra. Me pongo en el lugar de la promoción de nuevos jueces. El acto se celebra en Barcelona, como podía celebrarse en Cuenca. Les han hurtado, a ellos y a sus familias, la solemnidad de un día único en sus vidas. La justicia emana del pueblo y se administra en nombre del rey.
Su antecesora en el cargo es otra escaladora, y de las buenas. Fiscal general del estado, nada menos. En un gobierno feminista (y no sé cuántos ismos más) le decía a Villarejo: "¡a mí que me den un tribunal de hombres!". Bendita sea ella, de entre todas las mujeres. A lo mejor piensa como Garzón, el juez, no el atrabiliario. Le confesaba a Villarejo: ¡la justicia es una mierda! Si ellos lo dicen, ¿qué diremos los demás? Suma y sigue.
Tenemos a Garbancito, que viene de la Izquierda Unida. Aparte de twitear, nada. Encontró su "chope" y a vivir, que son dos días. Es más grande la cartera de consumo que él. Su fanatismo se manifiesta en forma de limitación gramatical. Solo sabe decir "clase trabajadora". No tiene muchas luces, ni de Bohemia. Ahí sigue, sin ser cesado.
Nada nos debe extrañar del equipo de Pedro Sánchez. Estamos ante un hombre resentido, arribista, megalómano. No olvidemos que había sido forzado a dimitir para que no hiciera lo que está haciendo. Una gestora tomó las riendas, mientras él paseaba su cabreo por los Estados Unidos de América. No sé cómo, pero volvió a por lo que consideraba suyo. Otro escalador, este sin arneses ni mosquetones. Convenció a las bases con un antipeperismo furibundo y elemental. Cuando nos dimos cuenta, era secretario general. Por sí solo y por alto que sea (1´90) poco consiguió. En las elecciones de 2019 obtuvo 123 escaños. En noviembre perdió tres, quedándose en 120. Con un golpe de mano, amañó pacto en cuarenta y ocho horas, y lo hizo (según él mismo) con lo peor de cada casa. Fue aquella puesta en escena, él a la derecha, Pablo Iglesias a la izquierda de la foto. Allí estaba presente el mismísimo Iván Redondo. Es su factótum, su productor ejecutivo, su creador de coartadas. Un sherpa que sirve a quien le paga. No sé qué tal se lleva con el socio de gobierno. Supongo que ni se molesta en tratar de controlarlo. Su juego es dar una imagen institucional y de realpolitik probada, frente al amateurismo de estos otros chiquilicuatres. 
Qué decir de Pablo Iglesias que no se haya dicho ya. Estaba en su salsa como periodista aficionado. Oírlo en "otra vuelta de tuerka" debería ser experiencia obligada para todo español con derecho a voto: confunde el parlamento con un plató de televisión. Yo creo que le gustan las luces, el público masivo, las cámaras. Parece bipolar, pero no podría jurarlo. A veces, controla a la bestia que lleva dentro; a veces no puede. Hace lo mismo con su aliño y su desaliño. Sensu stricto, su representación es de 35 diputados. Eso en una cámara de 350. Con esa fuerza, está dispuesto a controlar por tierra, mar y aire un país de más de 47 millones de seres. Democracia pura y dura. 
Dios los cría y ellos se juntan, decía mi abuela. Un rufián pinta algo, si lo acompañan sus iguales. Garzón, el tonto inútil; Illa; el mosca muerta, Castells, el Nostradamus. Y Adriana Lastra, que se lo sabe todo. Acogotados como estamos, están trabajando por la puerta trasera. Nos las están metiendo, una tras otra. Nosotros nos ponemos la mascarilla y ellos la máscara. Quien los desenmascare, buen desenmascarador será.

No hay comentarios:

Publicar un comentario