viernes, 23 de octubre de 2020

DULCE NAVIDAD

Anuncia el ministro de sanidad que la Navidad que viene no va a ser "normal". Como nos habían hablado de "la nueva normalidad" (la normalidad la constituyen un grupo de normas) ya imaginábamos que igual a la anterior no sería. Los que tenemos familias muy reducidas no vamos a notar las restricciones en el "contacto social". ¡Pero ay de aquellos que acostumbran a bendecir mesas de treinta o cuarenta personas!

Parece que se acabará imponiendo el cada uno en su casa y Dios en la de todos. Menos cordero, menos turrón, menos champán. Algunos sentirán un inmenso alivio, porque ya no habrá que desmontar el salón y acoplar la mesa de la cocina a la del comedor. Además no cocinarán para la cuñadita, que nunca se levanta y que todo lo sabe. 

No descubro nada,  si digo que con esto no contábamos. Vivimos en una España descreída, muy cutre, poco solemne. De mi infancia aquí, la Navidad había ido perdiendo adeptos: que si era un rollo, que si no soy creyente, que como los niños ya están creciditos... Cambiamos la magia por talleres sobre diversidad sexual. No creíamos en nada porque nos tragábamos cualquier cosa. Que venga Papá Noël y que liquide pronto el marrón. Los tres reyes de oriente se hacen esperar demasiado.

Muchos habían optado por plantar a la familia. Escogían estas fechas para largarse al sudeste asiático. Si papá y mamá se quedaban con un palmo de narices, ¿qué más daba? ¡Pero si la Navidad es una chorrada! Los niños ya no cantan villancicos puerta a puerta, esperando un aguinaldo. Sin embargo, en Halloween preguntan truco o trato. Es bonito disfrazarse de esqueleto o de espíritu maligno. Como antes eso no se hacía...

Encaramos, pues, unas fiestas algo destempladas. Así y todo, el alcalde de Vigo sigue emperrado en tirar la casa consistorial por la ventana. La inversión en leds y otros adornos sigue subiendo. Es como un chiquillo con zapatos nuevos. Puedo imaginar las calles semi-desiertas. Parecerán plantas de hospital en una triste madrugada. Más que alegría lumínica, serán luces de emergencia. Que el ánimo no decaiga. 

Se impondrá la intimidad al jolgorio distractor. Será una prueba de fuego para acercarse y mirarse a los ojos. No es lo mismo cinco que cincuenta. Habrá que replanteárselo todo. Quizá nos sobren la pandereta y los polvorones. Vamos a ser pocos, ¿para qué tanto? Estará muy sola la pobre castañera, muerta de frío en la calle mayor.

Van a guardar luto las familias, no lo olvidemos. Sesenta mil muertos son muchos muertos. Sillas vacías, camisas en el armario, otro plato de menos...Navidad, dulce Navidad. Tal vez un espontáneo vuelva a salir a la terraza. Esta vez no aplaudirá, estoy segura. No hay nada que aplaudir ni a nadie. Es solo que le apetece un villancico. Sacará la armónica o la gaita. Se le congelan las manos, pero es la hora del tamborilero. Ni Mariah Carey a todo volumen ni tampoco un réquiem. Después entrará y cerrará el postigo.

Más difícil será la noche del 31. Como ponerle puertas al campo, vaya: Nueva York, Londres, Madrid...convertidas en desiertos de asfalto, ¿por quién van a doblar las campanadas? Entonces llegará un alivio grande, muy grande. Habremos pasado de un calendario viejo a uno nuevo. Dejaremos atrás este infausto 2020, el año que vivimos peligrosamente.  


 

4 comentarios:

  1. En Navidad siempre fuimos pocos; padres e hijos, nada más. En fin de año era y es otra cosa; mucha gente, cuanta más mejor. Cenemos el núcleo familiar, repasando lo memorable y las ausencias. Feliz Navidad.

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  2. Una verdad tremenda dices, y ya lo dices todo te deseo feliz Navidad y un 2021 lleno de ilusiones.

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