Aproximadamente 3800 personas se quitan la vida al año, solo en España. Muchos (si no la mayoría) pasan por un estado de ánimo depresivo. Parece evidente que las unidades de salud mental son la parte de la sanidad que peor funciona. Todas las reclamaciones que hagamos son pocas. Quizá el problema está en los eslóganes. Si dejáramos de repetirlos como loros, discriminaríamos unas realidades disfuncionales de otras que no lo son. Gritar ¡por una sanidad pública, gratuita y universal! es, a todas luces, innecesario y redundante. Hay que esforzarse un poquito más.
Una de esas personas responde al nombre de Igor González Sola. Curiosamente su alias era el enfermo, sin que sepamos por qué. Cumplía condena (en la cárcel de Martutene desde julio), como miembro del comando Donosti, de infausto recuerdo, al que se atribuye la horrenda ejecución del concejal del PP Miguel Ángel Blanco.
Le ha faltado tiempo a Arnaldo Otegi para aleccionarnos a todos con una arenga. Según él, "mientras no desaparezca la violencia del Estado, difícilmente se podrá hablar de convivencia democrática". Deduzco que lo que pretende decir es que usted y yo somos culpables (directos o indirectos) de esta muerte: el preso etarra se quitó la vida por la vida perra a la que lo hemos sometido, por así decir.
Nada tiene de asombroso lo que Otegi diga o calle. Es la vieja retórica de siempre. Distinto es el hilo discursivo del presidente del gobierno en el Senado. Y lo es por varias razones:
-Sabemos que en prisión se toman precauciones para evitar el suicidio de la población reclusa.
-Sabemos que, así y todo, cada cierto tiempo un preso consigue burlarlas y se quita la vida.
-Sabemos que la prisión no es causa, ni el suicidio efecto.
-Sabemos que Igor González se habría perdido en una escalofriante estadística.
No ha sido así, sin embargo. Como suicida, ha sido individualizado y se ha lamentado su muerte (y con hondo sentimiento) en la Cámara Alta. Pedro Sánchez se ha dirigido a los miembros de Bildu, dando por sentado que el muerto es "su muerto". Como obedeciendo a Arnaldo Otegui, a Bildu hay que rendirle las cuentas de ETA.
Nada conocíamos del estado emocional y de conciencia de un terrorista que tanto daño y dolor ha causado. Es probable que sus más allegados sean los que menos saben. A mi memoria vienen las palabras del profesor Gustavo Bueno, que en paz descanse: la única pena posible, cuando alguien se enfrenta a sus propios crímenes, es la de quitarse de en medio.
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