Hay que ver qué mal habla Gabriel Rufián la lengua catalana. Aún así, reconozco que el muchachote se esfuerza. Cuentan que está enamorado (enamoradísimo) de Marta Pagola, responsable de prensa del Partido Nacionalista Vasco en el Congreso y licenciada en Comunicación audiovisual por la Universidad no estatal (¡viva lo público!) de Navarra. Se casan en Fuenterrabía (Hondarribi, si lo prefieren) para desesperación de la anterior pareja del diputado de ERC. Es lo normal: la novia barre para casa. Ignoro si Marta domina el vascuence o no, pero no me cabe la menor duda de que, para entenderse, (¡ay!) cuentan con el (como diría alguien a quien conocí) castellanito de mierda.
Ese no fue el caso de mis padres, sin ir más lejos. La lengua de pareja (automatizada) era el gallego. Ahora bien, eran bilingües, eso por supuesto, tanto da si tal bilingüismo se manifestaba asimétrico, descafeinado o con leche. A finales de los cincuenta del siglo pasado levantaron campamento y dejaron el terruño. Se marcharon siguiendo el eco de otros predecesores, al olor del puerto de Pasajes. Había trabajo, flota, oportunidades. Allí nacerían sus tres hijos.
Se formaron verdaderas colonias gallegas, sobre todo en torno a la pesca. Por las calles se oía hablar gallego, vascuence, castellano y portugués. Mi madre estableció una buena relación con gente de caserío, vascoparlantes de pocas palabras: se entendieron en la lengua común.
Siempre he creído que existen variedades del español. La que se habla en Galicia es muy distinta (y por tanto propia) de la que se habla en Andalucía o el País Vasco. No me refiero a la prosodia, a la fonética, sino más bien a esos giros tan peculiares y distintivos: aquí se dice me pinga el pelo y un andaluz pregunta ¿qué é lo que é?
Ya a finales de los sesenta existían ikastolas y un nacionalismo galopante de corte etnolingüístico. Los gallegos (y sus descendientes) éramos vistos como salvajes, gentes exóticas que habitaban los barrios que coloquialmente se llamaban Katanga o poblado. La lengua española que yo hablaba, por tanto, podía ser también una lengua de pobres. Podía serlo y lo era. Después estaba la competencia individual, claro está. No hablan igual Belén Esteban que Mario Vargas Llosa. Pero eso al nacionalismo le da lo mismo: es algo que no acaba de entender (quizá porque en él milita mucho señoritingo) el nacionalismo gallego.
No se puede sostener a estas alturas que exista un nacionalismo español en lo que se refiere a las lenguas de España. Ahí están las políticas y los estatutos de autonomía. El nacionalismo, por definición, es excluyente (y no inclusivo) de modo que defiende el monolingüismo y la inmersión en la lengua no común. Además propone que el alumno de Cuenca estudie euskera, catalán y gallego...
La última boutade ha saltado (¡cómo no!) en Twitter. Se trata de un airado comentario de Manuel Rivas. Es miembro de la Academia Gallega y como tal se presenta. Afirma, y cito: non asistirei a ningún acto no que estea presente o presidente da Xunta, Feijóo de nome, e o seu Goberno, mentres no deroguen o decretazo do exterminio do idioma galego de 2010.
Llama la atención, en primer lugar, la manipulación que del lenguaje (tácito y explícito) hace un escritor. En lugar de decreto, lo llama decretazo. Así parece que la política lingüística del gobierno gallego no fuera democrática: se aplica a base de garrotazos y contra la aritmética y la legalidad parlamentarias.
El segundo abuso está en la palabra exterminio. Feijóo no solo acaba con una lengua viva, ¡es precisamente lo que pretende! Ya lo llamaron lingüicida y lo acusaron de defender un apartheid. No sé qué propondría Rivas, si dejáramos la política lingüística en sus manos. Habría que recordar que la editorial Galaxia ya editaba en los años cincuenta. La enciclopedia Álvarez señalaba como lengua propia de Galicia el gallego. Ni Franco ni el esperanto consiguieron acabar con buena parte de nuestro acervo. Cuando el diablo se aburre, mata moscas con el rabo.
La tercera torpeza la encuentro en la visión que tiene Rivas sobre la democracia y sobre sí mismo. Da toda la impresión de que considera su modesta presencia imprescindible. Supongo que Feijóo tiene otros asuntos de los que ocuparse y por los que preocuparse, además de si a tal acto asiste el autor de Los libros arden mal.
Sorprende esta pataleta repentina. Juraría que nada es casual. Quizá la hoguera idiomática está siendo un rescoldo (siempre candente) y es necesario avivarla. Habrá que ver. El llamado decretazo (y no decreto) no dio satisfacción a nadie, o a casi nadie. Recuerdo los debates enconados que arrinconaban a Galicia Bilingüe como si fueran los enterradores de la lengua gallega. Los porcentajes en forma de asignaturas y tiempo arrojan el saldo que arrojan: en 3º de la ESO se cursan en gallego la Historia, las Matemáticas, la Plástica, la Gimnasia y, cómo no, la propia Lingua Galega.
Afirman los detractores del decretazo (que no decreto) que se excluye específicamente el uso del gallego en las ciencias. Soy testigo de cómo los profesores facilitaban listados de nomenclatura en castellano. La razón no era otra que la dificultad que entrañaba traducir la terminología científica en una asignatura que sí se impartía en lengua gallega (en contra de lo que se arguye), por no añadir que es una propuesta muy arriesgada.
Hace unas semanas saltó a la prensa la denuncia de una ciudadana de a pie. El motivo: había acudido a un servicio de urgencias, donde una doctora le pidió que le hablara en castellano. La administrada reconocía un trato sanitario correcto y hasta óptimo, pero apelaba a su derecho a ser atendida en gallego. Al parecer, la médico no era oriunda de Galicia. Para ofrecer un diagnóstico preciso, necesitaba entender a su paciente, que era bilingüe, no así ella. Y es que deberíamos empezar a reconocer la realidad social española tal cual es: está recombinada genéticamente en una cadena helicoidal (y si no, que le pregunten a Rufián) y no vive encerrada en cápsulas nacionaloides.
Sea como fuere, Twitter está para lo que está. Nos ha quedado meridianamente claro. El llamado decretazo (que no decreto) hay que derogarlo porque lo exige Manuel Rivas. No en vano es un flamante miembro numerario. Su humildad como persona salta a la vista. Más de ochocientas almas (seguro que ya son muchas más) han participado en un debate que se presume encendido. A las 11:58 del 29 de enero Rivas ya había recabado 2.431 likes. Para sentirse todo un machote.
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