Se ha pretendido establecer el "1-O" (así llamado ya) como una fecha clave en la historia de Cataluña y en el martirologio independentista y aledaños. Se habla de "las cargas policiales del 1 de octubre" como si todos compartiéramos la dimensión exacta del suceso. Todo estaba siendo democrático, pacífico, impecable, incluso lúdico. Hasta que desembarcó la Policía Nacional.
Le preguntaron al candidato Manuel Valls en una entrevista qué opinión le merecían "las cargas policiales del 1 de octubre". A eso contestó que él no era Delegado del gobierno por aquel entonces. Ada Colau protesta porque, según ella, sí ha habido "cargas policiales" en "los ataques de fanáticos a la policía que se manifestaba el sábado" (las palabras son mías), supongo que porque protege la integridad de los independentistas. El conseller de interior Buch niega que tales cargas fueran verdaderas cargas. Para cargas, las del 1 de octubre. En fin. Las cargas son discutidas por los cargos en el primer aniversario y bochornosamente manipuladas por los medios, en concreto y de modo inaceptable por la sectaria y enloquecida Sexta cadena.
Todos pudimos ver (hace un año) actuaciones policiales, digamos, contundentes. Se arrastraba a la gente escaleras abajo en un intento a la desesperada de abortar una parodia de referéndum, más trágico que cómico. Vimos cómo la Policía Nacional entraba en un recinto rompiendo lunas que no son otra cosa que patrimonio público. Pero no eran más que las consecuencias de una cascada de hechos, que podían haber acabado mucho peor.
No me voy a entretener en los infamantes plenos de septiembre. El independentismo convirtió el parlamento catalán en una auténtica guarida. Los juristas abandonaron el recinto ya de madrugada, después de luchar hasta el último minuto para que el govern no cometiera delitos inasumibles en democracia.
Tal y como escribió Juan Ramón Lucas en su cuenta de twitter "les avisaron los letrados del Parlament, los abogados de sus partidos y los asesores del govern. Conocían perfectamente a qué se arriesgaban, pero apostaron. Son víctimas de sí mismos". Ni qué decir tiene, el independentismo (como forma ultraperversa del nacionalismo catalán) va desplazando el horizonte como causa: primero fue el Estatut, después el concierto, y el referéndum, y las cargas... Es decir, antes de las llamadas "cargas policiales" decían lo mismo, pero sin cargas. Los cargos hablaban de un estado español represor y franquista, pero sin cargas. También oímos en tiempos de Artur Más el cuento de las balanzas fiscales, sin cargas. Y así, suma y sigue.
Yo voy a relatar aquí los hechos, tal y como los viví. Es el punto de vista que asume Eduardo Mendoza en "El rey recibe". No estaba en Cataluña, pero tampoco en Babia. Vamos allá.
1-Vi familias enteras (en edad de criar) acampar en centros de enseñanza que serían utilizados al día siguiente como colegios electorales. Apelaban a noches de convivencia, con una completa programación de "actividades". Se trataba de esquivar los candados que habrían imposibilitado el desarrollo de un referéndum contra la mitad de los catalanes. Ya dije en otra ocasión que los "no votantes" no eran simples abstencionistas. Se apropiaron de edificios públicos como si fueran locales privados. Los ciudadanos que respetan la Ley (con mayúscula) debieron sufrir lo que no está escrito. Yo trataba de ponerme en su lugar y lo hice: los votantes (palomas blancas e inocentes) hicieron pasar la fuerza como si fuera la razón.
2-Vi un territorio grande imposible de controlar. No podían hacerlo, ni la Policía Nacional ni las televisiones. Piqué (el millonario) votó tan campante y sin incidentes ya por la mañana, mientras que en otros municipios arreciaba el jaleo o no se habían abierto más que un puñado de colegios.
3-Si había censo, no servía para nada. No había controles, ni ganas de que los hubiera. Un solo individuo podía votar aquí y allá. La cifra de participantes, (nos dijeron que alrededor de dos millones), se convirtió con el tiempo en dos millones de síes.
4-Vi a un cuerpo de bomberos organizado como un enjambre en una gigantesca colmena pétrea. Los gritos de aquellos hombres provocaban estupor, por su incomprensible actuación. Las imágenes que mostraban al cuerpo encaramado y deslumbrado por una causa gregaria se han quedado grabadas en mi retina. Aún hoy no he entendido qué papel jugaban.
5-Vi a un mando de la Policía Nacional ordenar una retirada. Consciente de la desproporción (ellos la estaban sufriendo) se apartaron del colegio electoral de turno. Los edificios estaban abiertos desde la noche anterior y los Mozos se paseaban de a dos tomando notas: no había nada que hacer.
6-Vi urnas que iban y venían de mano en mano. Vi papeletas volar, caerse, desparramarse. Nunca, en un medio siglo largo de vida, había sido testigo de una codicia semejante: la urna como Santo Grial.
7-Vi tensión entre policías nacionales y mozos de escuadra. Los mozos estaban más con el procés que en sus deberes de funcionarios públicos armados. Fue quizá el momento más peligroso, más insospechado: no lo había imaginado yo ni en mis peores pesadillas.
8-Vi alcaldes entrometerse de madrugada (ya era día 2) en negocios privados. Había que echar a los policías nacionales de Cataluña, so pena de abusos de poder municipal en múltiples formas. Los agentes, nerviosos y humillados, se asomaban a puertas y ventanas y volvían a entrar, amenazados y abucheados por las turbas de turno.
9-Vi a los más importantes periódicos del mundo tragarse fotografías falsas. Lo de las fake news no es nuevo, señores. Hay casos documentados desde la primera guerra mundial. Éste en concreto cabreó profundamente a la prensa. Se veían crismas rotas, pero no pertenecían al día de autos. Algunas imágenes habían sido tomadas (¡el colmo!) en controles de masas de los propios Mozos de Escuadra. Se estableció una cifra mágica, que ha quedado como número sagrado: más de 900 heridos y mártires en las llamadas "cargas policiales del 1 de octubre".
Hoy se celebra el primer aniversario del catalanicidio. Sin duda, se convertirá en fecha conmemorativa por mucho tiempo. Los pobres independentistas (o no, que los había) que aquel día "solo" querían votar siguen emperrados en una huida hacia adelante. Hemos visto lazos, cruces, presidentes en el exilio, presos, mártires.
La prisión preventiva se considera, de modo general, una medida extrema. Que se lo digan a Granados, que estuvo casi 3 años en la cárcel por riesgo de destrucción de pruebas. Eduardo Zaplana, que sufre una leucemia con mal pronóstico, no consigue la clemencia del juez. Sin embargo, los del alzamiento tienen que salir de la cárcel. Tienen que salir porque no hay riesgo de fuga. ¡Qué va!, ¡si no se ha fugado nadie! Y además, si se fugan, hacen bien. La ley catañola solo sirve para saltársela.
Torra hará tonterías, pero le han quedado claros los límites. Puigdemont y otros vagan por una especie de desierto amenazados de avitaminosis política. Sin embargo, hay unas criaturas que se han convertido en bestias negras. La pregunta es: y ahora, ¿quién los para?
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