La vida se nos va hurtando sin que nos demos cuenta. Ayer jugábamos al escondite o a las canicas y hoy... Vivimos acorralados en un reloj que nos ahogará con su flujo imparable. La arena no se detendrá, ni al llegar al cuello.
Ya no nos quedan abuelos ni tampoco padres. Quizá se nos ha ido también algún hermano. Enferman los amigos, empieza el desfile. La discoteca de hoy es el tanatorio.
Los más jóvenes viven su particular oasis. Revolotean como mariposas sobre agua cristalina. Su divino tesoro no es más que un espejismo. Y tienen una revolución pendiente.
Transitas por las edades del hombre, perdido en noche cerrada. A cada paso te reivindicas en una humillación perpetua: a los treinta eres viejo para el niño de diez. La mujer de cuarenta no quiere llegar a los cincuenta.
A medio camino alcanzas una plenitud que te engaña. Es una cumbre con vistas hermosas, pero hay que empezar a bajar al valle. Crees que la vejez no te dará caza, ¡a ti no!, ¿pero no comprendes que ya necesitas bifocales?
Y un día tiras una toalla, y después otra, y otra: es que ya no puedo, es que me pesa, ¡es que no veo! Estás cansado, muy cansado. Estás más cansado de lo que crees.
Si hace calor, mal y, si hace frío, mal. La cama es refugio seguro para casi todo. No soportas el sofá, ni la silla, ni estar de pie. La espalda te duele, te molesta la rodilla, ¿y qué le pasa ahora a esta cadera?
Congelas tu imagen en el espejo, pero las fotografías... Procuras sonreír, exhalar tu alma... debe ser la luz, o la cámara, o el fotógrafo, ¿yo soy este?, ¡pero si no me reconozco!
Las chaquetas no se ajustan ni tampoco los pantalones. Sobra de aquí y falta de allá. La mirada es un reflejo atónito de todo cuanto has visto y oído: de la cuna a la sepultura.
De cada treinta días, veinticinco son malos. Te acompaña la aprensión como perro lazarillo. Una jornada luminosa, de vitalidad inquebrantable, es un milagro que te regalan los dioses, pero a las doce de la noche se desvanece el hechizo.
Y así se pasó la vida, tan larga y tan corta. Empiezas a ser mayor que todo el mundo, exceptuando los viejos más viejos. Algún nonagenario te llama crío y te da la risa. Y sigues creyendo, ¡insensato!, que nunca serás como él.
El cuerpo se ha ido aplomando y también la voluntad de someterlo. No conoces a los cantantes pop de hoy y evitas a los de ayer. Es una música que te hiere, detenida en un tiempo perdido. Es ley de vida, te dicen.
La edad madura incluye todo el lote: además de mayor, te creen analfabeto. ¡No se puede discutir contigo!, ¡estás desfasado! Tienes mucho pasado pero poco futuro.
Y llegarán el bastón, el babero y el pañal. Te temblará el pulso y te fallará la pierna. Te esperan la pensión, las cataratas, el cintrón. Eres un Benjamín Button, de la nada a la nada.
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