lunes, 13 de agosto de 2018

LOS DESCENDIENTES

Escribí, en mi artículo anterior, que "no necesariamente los detractores de una ley son lo mejorcito de una sociedad", y añado, en virtud de ese rechazo. También dije que "ello no significa que esa ley convenga a los detractores de los detractores", y añado, que tampoco ostentan superioridad moral alguna, y menos retroactiva. 
Vuelvo sobre lo mismo a propósito de la inminente (o eso nos llevan diciendo, a la par que dan largas) exhumación de los restos del general Franco. La portavoz del gobierno (que no da fecha y nadie se lo reprocha "porque es una vasca muy seca") insiste en que trabajan "con discreción y respeto". Aquí no hay nocturnidad ni alevosía. Hay, en todo caso, diurnidad y encono, y una extemporanidad como la copa de un pino. Nada, en mi opinión, que demanden las mayorías...
Hace falta considerar El Valle de los Caídos un lugar sagrado para reaccionar de dos formas: una, entendiendo como una degradación esa exhumación y otra como un acto de "ennoblecimiento" de un lugar no del todo innoble, porque también reposan allí "los vencidos" y porque se construyó con la "sangre de los nuestros". Existe, pues, acuerdo de fondo, o casi, entre Tirios y Troyanos. Es como si los ecos de la guerra civil mantuvieran en liza a los descendientes, empeñados en agitar los fantasmas de quienes allí reposan y, por ende, de toda la sociedad española. La cruz se alza con una envergadura de 150 metros sobre el suelo. En la basílica se celebran misas periódicamente. Además de monumento conmemorativo (con-memoria), cementerio y basílica, el Valle de los Caídos es un alto en el camino de muchos turistas. Según Wikipedia, reporta al estado un promedio de dos millones de euros anuales. Si allí no solo reposan "los vencedores", sino también tantos "vencidos", es difícil entender, a día de hoy, por qué no pueden compartir cementerio como en el resto de España. Parece que todos juntos (en vida unos contra otros) se han diluido en un humus que da soporte al propio monumento. Es algo así como un Titanic formando parte ya del lecho marino.
El autócrata gobernó 39 años, es cierto. También fue real la brutal purga desatada en las zonas controladas "por la república". Desde un punto de vista moral, se hace imposible saber quién ganaba y quién perdía aquella guerra mediado el año 39, sobre todo si, de lo que se trata, es de "familias profundamente heridas".
El problema, y no es menor, tiene que ver con la ley. Me estoy refiriendo, claro está, a la Ley de la Memoria Histórica. Si las leyes hay que cumplirlas, (¡Cataluña!, ¡aplícate el cuento!)), ésta no puede ser menos. A mí no me gusta, pero la democracia funciona así. Conviene, sin embargo, seguirle el rastro en un viaje parlamentario retrospectivo. Y es que el PSOE había contemplado, como mucho, la creación de un Centro Estatal de Documentación e Investigación Histórica sobre la guerra civil y el franquismo. Fueron Esquerra Republicana de Cataluña e Izquierda Unida (¡todos los españoles!) quienes impulsaron sendas proposiciones de ley para la recuperación de lo que llamaban (como si no hubiera historiografía) "Memoria Histórica". El pecado de Zapatero: meterse en un callejón sin salida. El texto final del presidente no le gustó nada a ERC, que votó en contra, por considerarlo insuficiente. Cabe preguntarse hasta dónde quería llegar el bueno de Tardá, puesto que la resurrección del caudillo, tan apetecida, no les era posible. El espíritu de la ley es tan peligroso, que un discrepante (nunca perdonaron a Orwell) de la llamada "verdad histórica" podría pagar con penas de cárcel, acusado, supongo, de "negacionista" o "enaltecedor", o incluso amigo de la siniestra iglesia, (¿no mártir?).
Vale la pena plantearse "el caso Lorca" y extraer algunas conclusiones. La familia del poeta se resistía a levantar el barranco, pero cedió porque había otras personas implicadas. Al rastrear el yacimiento, allí no apareció resto alguno. La tesis que Ian Gibson recogía en su biografía monumental quedaba, pues, invalidada. Los mitómanos de la literatura nos quedamos sin aquella capilla siempre ardiente. El propio Gibson había sido muy duro con la familia (y eso que es el deseo de las familias lo que se invoca) arguyendo que los restos de García Lorca son patrimonio de la humanidad. Patrimonio de la humanidad es su obra, no sus huesos. Hoy seguimos sin saber qué hicieron con los cadáveres aquella madrugada sus asesinos.
El "no meneallo" le va bien a la vida, a veces. Eso, o se entiende o no se entiende. Quizá (¡y digo quizá!) "el Valle" sea el único lugar adecuado para la tumba del autócrata. Digo esto porque también sobra José Antonio. Una vez exhumados sus restos, podría suceder que, en cada campo santo elegido por sus descendientes, surgieran protestas "del vecindario". No vaya a ser que la familia se vea obligada a vagar sin fin, como hizo Juana la loca con los restos de Felipe el Hermoso. Después un parroquiano podría pedir que exhumaran también a un teniente del bando alcista, y a un capitán, y a un brigada. Yo entendería mejor esta exhumación, si Franco hubiera sido enterrado en la cripta regia de El Escorial... Puedo ver las sonrisas de los antimonárquicos. No veo tampoco por qué, para suavizar una exhumación desahuciadora (siempre irreverente) hay que convertir aquel lugar en "otra cosa". Ni cementerio de una concordia en la que esta izquierda claramente no cree, ni aula histórica, que ya lo es de algún modo. Como dijo alguien, los monumentos hablan de lo que fuimos: nunca de lo que ahora somos.
Podemos revisar cómo solucionaron otros países dar sepultura a sus dictadores de antaño. En Alemania, ilegalizaron el Partido Comunista y de Hitler solo quedaron cenizas y leyendas sobre su supervivencia clandestina. Salazar está enterrado en el cementerio de Vimieiro, junto con sus padres. Augusto Pinochet fue incinerado y Videla yace oculto bajo el apellido Olmos, porque los paisanos no lo querían en su ciudad natal. A Stalin lo sacaron de su mausoleo y lo enterraron cerca de la muralla del Kremlin. Trujillo descansa en El Pardo, a 25 minutos de Madrid. Franco, de momento, en el Valle de los Caídos, un nombre, por cierto, para reflexionar.
No es factible emprender la tarea de las identificaciones masivas y no lo es por varios motivos. Pasa lo mismo cuando se habla de "cientos de miles de cadáveres abandonados en las cunetas". Hay que especificar exactamente a quién o a quiénes buscamos; también dónde excavar (la palabra "cuneta" es un comodín) y quién los reclama. Siempre quedaría una opción, si las elecciones lo hicieran posible. Tal y como le gusta a la oposición, ¡derogar!, ¡derogar!, ¡derogar! Se pide la derogación de la reforma laboral, de la ley de seguridad ciudadana, de la LOMCE. Que deroguen, pues, y con todo el derecho (¿acaso no?) la ley de Memoria Histórica, a la que no escapan ni los escritores (Foxá) muertos de hambre.
Todo este asunto me ha recordado un reportaje estremecedor (aunque no hay comparación posible) sobre las nuevas generaciones de israelíes que, en las aulas, afrontan el holocausto. Invitaron en cierta ocasión a un descendiente de un viejo alto mando nazi. El muchacho pidió perdón por los crímenes de su abuelo y los alumnos se lo concedieron, abrazándolo entre lágrimas. Me pareció un acto terrible, terrible, terrible. Aquellos estudiantes estaban ya muy lejos de la niebla de Auschwitz, tanto como debía estarlo "el nieto marcado". Pero cargaba con un pecado de por vida, original, cuasi genético. No nos merecemos aquella guerra, hoy menos que entonces. Ellos, ¡todos!, sabrán lo que hicieron y lo que no hicieron. Sí podemos, en cambio, decidir no seguir pagando por ella. Hoy deberíamos reconocernos inocentes y eso lo cambiaría todo.

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