viernes, 2 de marzo de 2018

ALTURA MURAL



Nuevos frentes han puesto en solfa, (mi-re-do), a la ya de por sí catatónica sociedad española. Desde la sentencia al rapero Valtonyc, (que bien pudiera hacerse llamar "daltónico"), hasta "el caso Fariña", pasando por "el arte insumiso", se oyen los golpes de pecho. Como si no hubiéramos superado el estadio del eslabón perdido; como si, en lugar de preocuparnos, nos excitara.
Está en boca de todos, (¡una vez más!), el derecho a la libre expresión. Unos tratan de estructurarlo, (hasta el organismo más simple escapa al amorfismo y la entropía), y otros lo entronizan como molécula pura. Lo cierto es que sus más ardientes defensores, (¿quién no se apunta?), la reclaman para todos y en todas partes. Para todos, excepto para la consagrada Marta Sánchez.
Empezaré por el rapero, porque me parece el expediente más sencillo. Sin pretender discutir al Tribunal Supremo, más que cárcel lo que necesita es atención psicológica. El muchacho alega que el Rap es "simbólico", "extremo", "provocador", "alegórico". El arte es así, pero entraña un profundo sentido de la justicia y observa un extraño equilibrio moral. Lo estuve escuchando en un programa de televisión. Participaba en un debate sobre su propio proceso. Del chico emanaba una indigencia tal, que casi apetecía llevarle un plato de sopa. Quizá no lo hayan querido lo suficiente, cuando era niño. Quizá busca culpables y escupe su asco. No le deseo la cárcel, pero le recomiendo reflexión. A él y a quienes lo jalean. La alternativa a los tres años de prisión no puede ser aplaudir su vomitona. El brutal enaltecimiento del terrorismo resulta blasfemo. Parecía muy perdido, pero ha vuelto a la carga. Hay dos hombres dentro de él.
El poltergeist número dos socavó los cimientos de ARCO. La feria en sí ya se presta a la mofa por sus performances y sus pretensiones fallidas. El debate "presos políticos-políticos presos", (falso como una perra gorda), ya tiene lugar en la sociedad española. Santiago Sierra, (oportunista para unos, vindicativo para otros), ha hecho su agosto. La serie de fotografías pixeladas le ha exigido un esfuerzo portentoso. El torpe titubeo del director de IFEMA, (ahora no, ahora sí), viene a dar pseudoconfirmaciones allí donde no había razones. Méndez de Vigo calificó la retirada de "gran error". El precio final de la obra: 80000 euros.
Dejo para el final el mal llamado "libro prohibido". Es lo que tiene la independencia de los jueces: hacen lo que les parece. Respeto a su autor, pero no comprendo a los lectores de última hora. Se pretende, (de mala fe), que estamos ante la usurpación de una información que manos negras desean mantener oculta.   
Los narcos gallegos acabaron embargados y en la cárcel. Por más que nos repugne su negocio, el libro contiene errores. Así lo afirmó el juez Taín en Antena 3. El primer deber de Nacho Carretero era el rigor y la honestidad informativos. El daño, (en forma de libelo), ya está hecho. El demandante, José Alfredo Bea Gondar, tocó a la puerta del Derecho, sin saber muy bien qué esperaba. Su difamador se defiende diciendo que el ex-alcalde fue absuelto "por un defecto de forma", pero falta a la verdad y le atribuye un delito de gravedad extrema. La lógica de la jueza, supongo, es la de la mancha de aceite: por muy extendida que esté, no vamos a dejar que se extienda aún más. No se le ocurrió nada mejor, porque no hay zapato para esa horma. El derecho al honor es un derecho fundamental. 
En la Biblioteca pública de Bueu hay dos ejemplares de FARIÑA, uno prestado ayer mismo. Todo parece indicar que, más que leerlo, el libro había que comprarlo. No veo necesario este acto heroico, sobre todo porque la medida de la jueza es inútil. Además la veracidad de ciertos pasajes ha quedado en entredicho. Al autor se le ve acongojado y contrito. No hay peor error que el que comete uno mismo. Quizá una retractación allí donde proceda habría sido lo mejor para todos. Hay más ruido que nueces.
Pensaba yo estos días en la obra de Diego Rivera. Era un hombre enorme y pintaba murales de tamaño gigante. Todo muy bolchevique, por encargo, de un obrerismo acongojante. Las telas de Frida, en cambio, son muy pequeñas. Gustos a parte, las prefiero y con mucho. Están trabajadas con dolor y desde la cama. Hoy están vigentes, mucho más que las del que fue su esposo. Una cosa es la altura mural y otra el talento.
 
 
 

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