miércoles, 7 de marzo de 2018

¡Aló, presidente!

Fue una moda importada de la televisión norteamericana. Las productoras lanzaron ese "formato", (como les gusta decir), modernizando  España. Los programas estaban diseñados sobre el mismo esquema: una mesa, un entrevistador simpaticón y esquinado que anuncia a su invitado de esta noche, por lo general un hombre o una mujer muy, pero que muy famosos. En Estados Unidos sigue en antena Ellen DeGeneres. Por su tercer grado pasan hasta los "inquilinos de la Casa Blanca". Ella rompe moldes con respecto a España o al revés: aquí todos los presentadores fueron hombres.
No eran lineales entrevistas de estilo seco. En ellas había que hacer gala de "un gran sentido del humor". El periodista (o más bien los guionistas) tiraban de ironía o sarcasmo, y el entrevistado tenía que mantener el tipo y estar a la altura. Para darle movimiento, se introducían "esqueches de colaboradores". Eran los sub-bufones, siempre a la sombra de la estrella del momento. Algunos se emanciparon y probaron con programa propio, con mejor o peor suerte. La lista de nombres sería interminable: desde Buenafuente hasta Berto Romero. Los pioneros, aunque no era exactamente lo mismo, fueron Pepe Navarro y Javier Sardá, que hoy ejerce de tertuliano político.
Un paso más allá, se llegó al plató-parque de atracciones. Primero va la conversación con el invitado y luego llega la segunda parte: hay que tirarse por el suelo, probar pócimas, saltar, aguantando la artritis, el esguince o los tacones.
Los políticos de primera fila siguen siendo plato apetecido. Verlos bailar, hacer el pino o hundir la cabeza en un pastel de nata "los hace más humanos". La televisión alega sus razones contundentemente: o van al programa o no hay democracia. El problema, creo, está en la telegenia. Una cosa es el debate sobre el estado de la nación y otra las risas enlatadas. El nicho natural de Rajoy, por ejemplo, es el Parlamento. Yo lo digo siempre: Mariano, la tele no te quiere.
La tercera gran ola fue el estilo "follonero". Siempre es varón, (las señoras para el magazine de la mañana o las tardes de domingo). Joven, desaliñado, libre, incisivo, husmea los resortes del poder  y revisa las cloacas de este cochino mundo. Después cae el telón.
El follonero empezó a ser Jordi Évole la noche que se emitió la entrevista con Otegui. Iba de cachondón, sentados los dos en una escalera. Arnaldo arriba, Jordi abajo: ¡oye!, ¡macho!, ¿por qué no condenas la violencia? Le salen imitadores, pero ninguno le hace sombra. Cintora lo intenta y ya tiene 244 K de seguidores en Twitter. El laconismo de Iñaqui, en la Sexta Noche, es otra cosa, y recomiendo a Wyoming (¡ojo con el día 8!) que empiece a prescindir de su guapa auxiliar de vuelo.
El domingo 4 Évole plagió las Sagradas Escrituras. Inspirado en la pasión de Cristo, acabó crucificando a un inane presidente de la Xunta de Galicia. Le clavó los clavos uno a uno, pero era todo puro atrezzo: algo de pupa y poca sangre.
Se encontraron en Os Peares, el pueblo natal de Alberto. Había expectación, (no tanta), porque se iba a grabar Salvados. Nada más empezar, el showman le reprochó veladamente a su invitado que aprovechara "para hacer campaña", cuando era él el que se peleaba el share. Le tenía preparada la segunda trampa, sobre la que albergo serias dudas. Jordi había tomado una foto el día anterior de una pintada que había sido borrada. Estaba escrita en inglés, en Os Peares, sobre el Me Too: ¿en qué modo afectaba eso al presidente? El programa empezaba a apestar a marrón glacé. Poco o nada podía contestar Feijóo sobre el mural perdido. Pero Jordi le lanzaba a los espectadores un sobreentendido: el PP está contra los derechos de las mujeres, (¿?), y trata de tapar el acoso sexual y bla, bla, bla.
Le recordó sus "antecedentes penales" como votante del PSOE de Felipe González. A eso lo llamaba Évole "ser rojillo". Le chocaba que a Feijóo le guste Aute, (más bajo no se puede caer), y el presidente se sonreía, yo diría que de vergüenza ajena. La cosa iba más o menos así: si Feijóo no era lo que se espera de un pepero, neguemos lo que es en realidad. Ha de ser lo que el programa decide previamente: en secreto, (estoy segura), Jordi también estaba sufriendo.
Siguió hablando de fronteras, pero de las de Melilla. Y digo yo: Galicia linda con Portugal. Mira tú por dónde al muchacho le parecía muy fácil despachar el asunto con Marruecos, cuando no hay quien frene a un sector de sus paisanos, que  intenta levantar fronteras intraespañolas.
Continúa haciéndole la rosca (¡¡¡peligro!!!) con la experiencia de la paternidad tardía. La madre de la criatura (¡ojito las del día 8!) tenía que haber parido donde le ordene su macho. Además, de nada habría servido que fuera a un hospital "público": Cristina Cifuentes ingresó muy grave en el Hospital de la Paz y los sindicalistas del ramo quisieron desalojarla de la UCI.
No contento con eso, a Jordi le apetecía asomarse al futuro. ¿A qué colegio iban a llevar al niño? En todo caso cada uno nace donde puede y el 50% de niños vascos estudian en colegios concertados.
Siguió con los incendios, pero deteniéndose en una cuestión lingüística. Como el monte le arde a todo el mundo, (véanse los desastres anuales de California o Australia), Jordi se puso tiquismiquis: que si era terrorismo o no era terrorismo incendiario, y todo porque lo había negado no sé quién.
Metió al grupo Zara-Inditex por el medio, ¡cómo no! Estatut de Cataluña, "cargas policiales", (dicho así ya se entiende), encarcelamiento de "inocentes". Después llegó la brecha salarial, como si fuera el Padrenuestro, y la cuestión de la sucesión de Mariano, todo seguido.
Hubo un momento en el que Èvole me llamó friki también a mí. Sí, sí, tal cual, no bromeo. Es que me encantaba La Clave de Balbín, pero tendríamos que haber preferido "el un dos tres". Para el final, (estaba cantado), se reservó el asunto FARIÑA, con mucha chicha y poco nabo.
Es un error de primer orden jugar al juego de la tele. "Ese invento del demonio" está en el mundo, pero no es el mundo. La primera norma de un político debería ser (y lo hacen a menudo) "salir solo en directo". Por algo en el gremio se dice "riguroso directo". Salvados acumula metraje y después monta. Adulteran los guionistas un supuesto periodismo serio. Feijóo no fue más que un señuelo, una peonza para dar forma al catecismo de los nuevos ricos y sus productoras. Y se forran precisamente porque los vemos. 
 

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