jueves, 22 de septiembre de 2016

TRIBUNAL POPULAR

Vaya por delante que no me gusta el tribunal popular. En Doce Hombres Sin Piedad se descubrían magistralmente sus dinámicas internas. Se me dirá que uno, al menos uno, consigue hacer justicia hasta donde le permite el caso. No olvidemos que establece una duda razonable. Lucha hasta el final y desde el principio. Cuestiona la aparente certeza de los otros once. Digo esto porque el país entero se ha convertido en un tribunal popular ad hominem, que entra en la sala con la decisión ya tomada.
El veredicto es siempre el mismo, ¡culpable! No importan las fuentes, no importan las consecuencias, no importa nada. No hay redención posible para el reo: ¿alguien, por ventura, se molesta en sopesar las pruebas?
El estándar de decencia va estrechando el cerco. Fraude moral, blanqueamiento dental, fuga de gas. A los que lo alentaron, se les está volviendo en contra: la odontóloga ha de dar cuenta de su estupendo chalé.
Un pánico moral recorre España de norte a sur y de este a oeste. Está haciendo estragos, desde la televisión y en las redes sociales. Es un espectáculo más bien triste. No hay mayor liberticidio.
La cárcel no nos da satisfacción plena, cuando es merecida. Quizá prefiramos los campos de concentración. Las dimisiones y las absoluciones tampoco sirven, si se producen. Cada uno cree lo que quiere creer.
Yo me declaro hastiada de una ciudadanía ultrademandante. Harta de tanto defraudador que pide cuentas. Hemos visto a la infanta declarar en riguroso directo. ¿Acaso no tenemos ya bastante?
 

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