miércoles, 28 de septiembre de 2016

MEMENTO MORI

Nada me sorprende la última inquietud de la C.U.P, que propone retirar la efigie de Cristóbal Colón de la Rambla, en Barcelona. Aunque un nacionalista algo paroxístico reclamaba al navegante como insigne compatriota, nacido para engrandecer, retrospectivamente, la ya de por sí grande Catalonia.
Digo esto porque, a poco que uno lo piense, este barullo, (y el de las banderas), tiene, si no sentido, sí una gran coherencia. Los nacionalismos llamados periféricos nacen, como expresión política, del desastre del 98.
El desapego por España, en España, se manifiesta con autoflagelación, cuando no con un profundo desprecio. Se diría que, de modo inconsciente, no perdonamos haber perdido una grandeza que nunca debimos alcanzar ni merecíamos.
Puedo entender, como cualquiera, ciertas rectificaciones, compensaciones, reparaciones, dignificaciones. Pero ya no entiendo tan fácilmente que se pretenda convertir la actividad parlamentaria en una suerte de torturante arqueología. El partido que gobierna la ciudad acepta el debate sobre la colonización, pero no el desmantelamiento del conjunto monumental. Su primer Teniente de Alcalde, Gerardo Pisarello, así nos lo hace saber con un suave acento argentino.
Afirmaba Antonio Escohotado en una entrevista reciente que la derecha en España se hizo socialdemocracia, no así la extrema izquierda. Estos profetas de la nación están dispuestos a negarnos un futuro, en nombre de un pasado impropio y vergonzante. Ya no es el 36, ni el 31, ni siquiera el 98. Ahora nos vamos al siglo XV. Menos mal que Isabel la Católica descansa en la Capilla Real.
Estamos ante una extraña paradoja: se abre paso una efebocracia consagrada al revanchismo fuera de foco. Hasta Carolina Bescansa, nacida en el 71, parece dispuesta a echar tierra sobre su propia tumba. Se nos ha advertido contra el discurso del miedo, para cuadrar bien el voto. A la vista de los resultados parece que lo que más nos asusta es el discurso del odio.

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