viernes, 30 de septiembre de 2016

DERECHO DE PERNADA

Tal y como vemos a diario, denunciar a España como país parece ser la mejor manera de reivindicarse como persona. Es verdad que no hemos construido el paraíso en la tierra, pero tampoco vivimos en el infierno. Una forma de soportar esa orfandad es la hipertrofia de la patria chica. Das un paso al frente y te cuadras, al abrigo del sentimiento de pertenencia.
Ahí andamos muy vigilantes. No pasamos ni el corte del club de la comedia. Rosa Díez ya cabreó a muchos llamando gallego a Zapatero, por aquello de que no sabíamos si subía o bajaba.
El caso es que circula un nuevo titular por Facebook. Se le atribuye a Pedro Sánchez el dudoso honor de haberse referido a mis paisanos como, (con perdón), mierda. Estoy advertida contra tales enlaces y ni me he molestado en comprobar su veracidad. Lo que me interesa destacar es quiénes y en virtud de qué se conceden el derecho a humillarnos.
Fue una vieja aspiración nacionalista materializar sobre el terreno la llamada Galeuscat. Lo natural, según su decálogo, sería entregarse al catecismo de la nación en las tres comunidades llamadas históricas. Galicia, que vota al PP, se resiste obstinada y tozudamente. Líderes de opinión y faunas varias con denominación de origen se tiran a la yugular de sus votantes: pueden hacerlo porque son los señores de aquí.
Este curioso derecho de pernada me recuerda la escena de una película de James Ivory. Emma Thompson discute amargamente con su esposo recordándole que su pobre hermana estaba loca solo cuando lo decía ella. Feijóo, que es de la familia, no recibe un mejor trato por eso. Es un mal gallego, o gallego traidor, en opinión de un ex presidente de la Academia. El nacionalista expide cartas de naturaleza, con cláusulas de exclusión y de inclusión. Sorprende hasta qué punto estamos dispuestos a perdonar a un escritor, por brillante que sea, a la par que a un servidor público le negamos el pan y la sal.
 

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