jueves, 19 de mayo de 2016

SE BUSCA

No es la primera vez que confieso mi ignorancia. No acabo de saber qué son los papeles de Panamá. Entiéndaseme, dicho así, papeles, resulta inespecífico. En una sociedad reglada, cada documento es lo que es y no otra cosa.
Aún así, puedo deducir qué supone tal papelería, en concreto para el buque insignia de la postmodernidad mejor pagada: La Sexta ha encontrado su gallina de los huevos de oro. Si no fuera ponedora, pues le meten luz artificial y andando.
Al principio iban desgranando un par de nombres cada dos o tres días. Como hay tantos expedientes, se pueden escoger  y airear caprichosa y selectivamente. En Más Vale Tarde, a Mamen Mendizábal casi se le salta la dentadura. Y aprieta el culo si el mentado no tiene nada que ver con el PP.
El caso es que ya no sabemos de qué se acusa a cierta gente. Si no estamos en terreno legal, pisamos terreno moral. Cuando el nombre es desconocido para la audiencia, establecen las conexiones: el tal fulano puede ser cuñado de otro que le instaló la calefacción a usted.
Un cineasta famoso acaba de cambiar sus declaraciones y se define como "figurante". Aquello de pedir perdón fue un trastoque momentáneo. La señora Alcántara se confiesa muy defraudada por su asesor financiero, que era académico, además de funcionario.
Uno ya no sabe a quién confiarle sus dineros. No sabemos con quién tomamos café o dónde nos van a grabar. Hay listas negras y tribunales del Santo Oficio por todas partes. Ahora La Sexta alienta la delación popular.
Yo intento ponerme en la piel de quienes pagan mucho. A algunos se les pide la mitad de lo que ganan. No voy a defender, no obstante, las argucias para burlar las obligaciones tributarias. No tengo valor, ganas ni argumentos.
Lo que pasa es que sobre corrupción ya lo hemos dicho todo. Sobre los medios no habla nadie, porque son los medios los que hablan. El único que lo hace es Pablo Manuel Iglesias, pero no comparto sus análisis. Ahí sigue, arengando en su Fort Apache.
La cadena a la que me he referido acaba de publicar una página web. Lo último que quisiera es darle más publicidad, pero no me queda otro remedio. Hace unos días, Mamen Mendizábal ofreció toda una demostración práctica de cómo funciona tal ingenio. Quizá por eso ha recibido un premio al periodismo responsable y comprometido.
Cualquier ciudadano puede acceder a esa dirección electrónica. Cuantas más visitas, mejor para sus promotores. Consiste en teclear un nombre, el de usted mismo, sin ir más lejos, y comprobar si, ¡abracadabra!, aparece en los papeles de Panamá.
La periodista probó con su identidad y la de una valiente Elisa Beni. No encontraron nada, ¡inocentes! Después, como al socaire, dejó caer otro nombre, pongamos Mario Vargas Llosa, y estaba, sí, pero sin el Vargas. 
Afirmaba su colaborador que, a menudo, no se encuentran los sujetos, pero sí las empresas. Para el caso, la página ofrece los entramados con esquemas muy detallados. Parece que ha sido todo un éxito, ¿a quién no le apetece cazar a alguien? No tengo idea de cómo lo han hecho ni de si es fiable.
Reconozco que me perdí en la cuestión número de visitas. Primero aseguraban que ya eran más de 35.000 en un solo día. Afirmaban al mismo tiempo haber tenido esa avalancha por segundo, y, claro, yo me hice un lío.
Entonces caí en la cuenta de que ahora firmo con pseudónimo. Llegados a este punto, hago, pues, una declaración firmada. Si aparece una tal Fátima Chamadoira en los papeles de Panamá, no soy yo. Fátima Álvarez González es mi verdadero nombre fiscal.

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