sábado, 9 de junio de 2018

TIEMPOS MODERNOS

Proliferan por redes y medios las opiniones tipo oh!, mon Dieu!, oh la la! . Son muchas las personas que confiesan su arrobo, ¡el equipo de Pedro Sánchez tiene nivelazo! Lo ha admitido la propia ministra de economía, que luce un ligero aire thatcheriano, afirmando que está encantada de "volver a casa" y que forma parte de un gobierno "estelar".
Desde luego, siempre es mejor tener una autoestima alta que tenerla por los suelos. El peligro está en establecer un argumento falaz: estos ministros son unos genios y sus predecesores eran todo lo contrario. No vayamos a hacer de la necesidad virtud "porque no hay rastas" en el consejo de ministros.
Personalmente, creí que me libraba de una migraña permanente. Preguntarse con quién se va a ensañar ahora La Sexta tiene sentido. Hete aquí que no hablan del "pedrosanchismo" y (con un estilo periodístico deplorable) se han inventado el "postmarianismo". Es como empeñarse en matar a un muerto.
La candidatura de Pedro Sánchez había encallado con síntomas alarmantes de fallo multiorgánico. El PSOE, un Mercedes con carrocería galvanizada y salpicadero de lujo,  no podía permitírselo. Apelar a Pablo Iglesias, su fundador (no Turrión) ya no convencía ni servía para nada en el tiempo de "las nuevas marcas". ¡Ay!, ¡si cada uno revisara todo cuanto se decía entonces!
El mismo Pedro que hoy sonríe, abandonó España muy cabreado y se fue de vacaciones. Siempre le quedaba el consuelo de ser tan alto como el rey y muy guapo. Su papel en los debates a cinco bandas fue de vuelo corto, muy corto. Cortos le quedaban hasta los puños de la chaqueta a este baloncestista que, ¡mira tú por dónde!, tenía los brazos muy largos.
Poco tiempo después, se reveló como lo que era rebelándose. Ni gestora, ni tu tías, ni leches. La norma política de hacer mutis por el foro, si te va muy mal, se la pasó por el arco del triunfo. Para pasmo de muchos, hoy es presidente del gobierno.
El periodismo trata de explicar cómo demonios lo ha hecho. Margarita Robles apela al ejército con mucha convicción, paseando delante de las tropas. Nuevamente se alza la imagen de una institucionalidad a prueba de revolucionarios con pedigrí  y otras faunas, ¿quiénes habían creído ustedes que eran? Todo marcha muy deprisa, ¡así es la vida! Pedro Sánchez, hace unos días, no era ni diputado. Conocerá la inmensa dicha de vivir en el Palacio de la Moncloa. Pero vayamos por partes.
Un nombre ha saltado al ruedo como el artífice de este golpe de mano. Se llama Iván Redondo y tiene 37 años. Este donostiarra ha sido un invitado a las tertulias políticas en calidad de "consultor". Sánchez lo ha nombrado Director de gabinete. Ha trabajado para el PP y dicen que llevó a Morago a la Junta de Extremadura. Asesoró también a Xabi Albiol y al honrado Basagoiti, que hizo presidente a Patxi López. No veo yo que una buena estrategia lo pueda todo, o casi todo, pero escuchar a Iván Redondo provoca crisis de vértigo.
Cuando habla, lo primero que percibes es un caudal sin fondo y sin respiraderos. Es un muchacho que se agota en su propio entusiasmo. Podría definirlo como un diseñador de interiores que mide el espacio hasta el milímetro: nada, ni un detalle, escapa a su análisis. Describe la realidad española como un gran mercado espátula en mano: hombres, mujeres, edades, peligros...si mete por aquí, saca por allá, o viceversa. No hay lugar para un error de cálculo.
17 ministros como 17 soles en lugar de 13. El trece es el número de la mala suerte, ¡qué demonios! Hay, por primera vez en la historia de España, más mujeres que hombres: eso de la paridad es ya (perdonen la expresión) una parida. Yo diría que el libro de Diana López Varela no acierta con el título. Me parece monstruoso, pero no me queda más remedio que transcribirlo. Encuentras una portada en las librerías donde puedes leer No es país para coños, supongo que parafraseando a los hermanos Coen...
La media de edad de este gobierno no satisface a la chavalería Erasmus ni a okupas ni a raperos. La más joven es la portavoz, que cuenta 39 primaveras, (y no 34 como la Lèvy). Tenemos a un septuagenario (Borrell), cuatro sexagenarios (de 61 a 69), ocho cincuentones y tres en la cuarentena, desde los 42 hasta los 47 años.
Estos son días ligeros, de estrenar vestido, por así decir: traspaso de poderes, de carteras, de despachos. Cuando alguien empieza (incluso los que no son novatos o gente de partido) llega confiado a una velocidad propulsada por sus propios pies, como si, por sí solo, pudiera ganar la carrera. Habrá teléfonos reventados con mensajes de felicitación y envidia mal disimulada. Contarán decenas de periodistas esperando una entrevista. Las familias, como es natural, se sienten orgullosas de tener un ministro en casa. Aún así, el mismo nombramiento basta para recibir la primera puñalada.
Es el caso de Maxim Huerta, ministro de cultura y deportes. Fue partenaire de Ana Rosa Quintana y ha escrito seis novelas. Parece que había renegado del deporte, pero solo como castigo autoimpuesto, cuando tienes que dejarte los hígados haciendo abdominales. Sin embargo, algunos viejos tuits están amargándole la rentrée. El hombre es simpático, y amable, y todo eso. Los que critican esta frivolité que le pregunten a Iván Redondo, ¡no solo votan ustedes, señores! En la Universidad de Barcelona, sin ir más lejos, les molesta hasta Cervantes... Este nombramiento es interesante por aquello de que "a nadie le amarga un dulce". Me recuerda el testimonio de un famoso director de la más importante agencia de modelos del mundo. Desveló que se pasaba el día rechazando a candidatas dispuestas, y recibiendo negativas de mujeres a las que él animaba. Y es que a veces hay que saber decir que no. La cultura es esa cosa ligera, ya saben: cultura gastronómica, cultura de la nieve, cultura... Ya no estamos para leer tochos de mil cuatrocientas páginas. La cultura es todo y nada.
El enjuto Pedro Duque se incorpora a esta nave sin que nadie lo obligue. Él mismo ha declarado que todo ocurrió en una semana de vértigo. Eso me hace pensar hasta qué punto estaba todo planificado "por si sonaba la flauta". Ustedes dirán. Tener un astronauta con formación científica y empresarial no deja de ser un lujo reservado para muy pocos. Como pocos, él ha de saber que no existe "Challenger" seguro. Duque es algo así como una rareza estadística: ¿cuántos hombres pueden decir que han orbitado alrededor de la tierra? En él se sintetizan los Carl Sagan, los Hawkins, los "gravedad cero". Ostenta el honor de haber estado algo más cerca de Dios. Si la cosa no va bien o hay cambio de ministros siempre puede asumir la cartera de turismo: estamos a punto de iniciar un nuevo modelo vacacional "en el espacio exterior solo para ricos".
Fernando Grande Marlaska puede epatar tanto o más que Duque, si se lo propone. Es bilbaíno, pero tiene un aire british distinguidísimo y está casado con otro señor. Desde la Audiencia Nacional, supo lo que era vivir amenazado, cuando ETA ejecutaba con tiros y bombas lapa. Más que un juez, es un aglutinador. Las mujeres hetero suelen lamentar que sea homo: una pena que no se fije en una de nosotras. Recuerdo una entrevista con Pepa Bueno, empeñada en arrancarle frases duras contra la llamada "ley mordaza". La respuesta de Marlaska fue: "no estamos en ese escenario". No llega Grande Marlaska para serenar los ánimos de un atribulado Manuel Rivas. En su ensayo Contra todo esto afirma que "la verdadera justicia no es cumplir la ley sino librarla de ella". Se pregunta Rivas retóricamente por qué ahora ha salido de su "torre de marfil", aunque yo lo recuerdo siempre militante, anclado al NUNCA MÁIS.
Ábalos, Batet, Robles y Lastra conforman el grupo de "los incondicionales". Estuvieron a las duras, y ahora toca recoger las maduras. Margarita es mucho más convincente en el gobierno que en la oposición: como mamporrera no era creíble y ahora lo comprobamos. Se entregó al rugido de las masas, cuando salió de las sombras. La judicatura, decía, no estaba vendida al poder, pero sí lo parecía. Y si lo parecía, eso era lo que contaba. ¡No le llega la camisa al cuerpo!
El buque insignia, sin duda, es José Borrell. Ya estuvo con el candidato Sánchez desde el principio. Sería redundante hacer un repaso de su biografía política, de sobra conocida. Si existiera un antídoto contra la Cataluña más desquiciada, ése es nuestro Josep. Su superioridad intelectual deja en ridículo a muchos de sus interlocutores: desde Lucía Etxebarría hasta Junqueras. La pega está en que tal antídoto no funciona y él lo sabe: ha dicho "no les voy a negar que vivimos tiempos difíciles". Es evidente que no está en el gobierno para vender crecepelo. Los independentismos consideran su nombramiento "una provocación". Aquí no voy a aplaudir a Iván Redondo porque yo también me llevaría a Borrell a casa. Diría más bien que a Sánchez le ha tocado la lotería. En la manifestación de Barcelona compartió cartel con un vibrante Vargas Llosa. Pedrito no estaba aquel día "con los fachas". Se arriesgó Borrell y ahora gana Pedro Sánchez. Este chico es un inversionista nato.
El resto son técnicas (y técnicos) desconocidos para "el gran público". Se hacen guiños al bilingüismo, al diálogo, a la diversidad. Es una falta de respeto que justifica el gesto de agonía de Sáenz de Santamaría: pronto va a saber Meritxel lo fácil que es dialogar.
No sé si es real o estamos ante un escenario cartón piedra. Este gobierno cuenta con 84 diputados, ni uno más. Es como tener una orquesta con cuatro tenores mudos en el escenario: pasan los minutos, pero no se oye nada. El objetivo era "echar a Rajoy" y está cumplido. ¿Nadie puede decirle a Pablo Iglesias que deje de mendigar ministerios? Entre pitos y flautas, el tiempo pasará y hasta puede que extraditen a Puigdemont. Ahora toca "ir a por Feijóo".
El millar largo de cargos que están en juego se irán repartiendo por ahí. No tengo idea de a quienes ni me importa mucho. La izquierda tonta habla de "otro gobierno de derechas" porque se han quedado sin vivero. Si ha existido una ignominia, no era esta.
La gran incógnita, en palabras de Schlichting, es el jefe: ¿quién es, en verdad, Pedro Sánchez, más allá de Iván Redondo? El problema no es que se haya declarado "profundamente ateo", ¡solo faltaba! El problema sería que fuera "profundamente superficial".
 

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