martes, 12 de junio de 2018

LÁGRIMAS DE SANGRE

Afirmaba un científico en la película La guerra mundial Z que "la naturaleza es una asesina en serie". Nada que ver con esa visión ingenuamente filial, que la define como "madre benefactora y sabia".
Sabia es, si entendemos por sabiduría que casi siempre se sale con la suya: desde la bacteria más simple hasta un cataclismo, todo cabe en su agenda. Terremotos, volcanes, pandemias, ciclones, se desatan con su terrible poder destructivo.
Es verdad que sabe reparar un rasguño o soldar un hueso. Mucho mejor si nos ayudamos de entablillados y desinfectantes. Con las fuerzas telúricas y cósmicas no hay nada que hacer: ¿qué será de nosotros el día que nos colisione un meteoro o se desplome al mar la costa oeste de los Estados Unidos de América?
No es extraño que las sociedades tracen círculos de protección. Los sistemas de creencias son la longitud de esos círculos. Las cadenas humanas a menudo cobran esa forma: uno a uno cogidos de la mano.
El método científico impuso la falsación: no basta con creer, hay que demostrar. Debiera ser la luz que guía las escuelas y universidades, pero se observa una involución a toda marcha.
Pensaba en ello después de ver las noticias una noche de estas: en Mazarrón, Murcia, se estaba produciendo una protesta: cientos de personas rodeaban una balsa minera, cuyo depósito se ha desplazado, amenazando la salud pública.
La zona es inmensa y parece un paisaje de otros mundos. Allí se ha filmado y se toman fotografías. El color rojizo de la tierra, cuando llueve, convierte el gran charco en un lago de sangre. Es como asistir a un milagro.
Bella o no, la zona está enferma. La propia alcaldesa declara que "se produce una imagen visual de charco espectacular". Los informes técnicos, sin embargo, son concluyentes: metales y ácidos perjudiciales se filtran al subsuelo.
Se ha creado una plataforma (¡otra!) para protestar contra el cierre. Las autoridades sellarán y taparán la mina para "garantizar la estabilidad estructural y la seguridad, en caso de producirse una rotura en el depósito de lodos". El flujo podría llegar a una distancia de 3 kilómetros, lo cual representa un peligro extremo.
Afirman  algunos vecinos (siempre empieza uno o dos y le siguen cientos) que "no terminan de creer" a los científicos. Expresan "rabia", "dolor", "mucha pena". Añaden que "no es justo" y apelan a "un consenso". Ésta es otra palabra-sortilegio.
Recordé, no sé por qué, algunos fenómenos milagreros: estigmas, clavos, vírgenes que lloran lágrimas de sangre. En Mazarrón, la madre tierra pide a gritos que le den sepultura, pero sus hijos prefieren creer que vivirá eternamente.
Otra vez se libra una batalla muy vieja: entre la superstición y la ciencia. Aquí en Galicia no es la primera vez que la declaración de "no potabilidad" de un manantial enfada a los vecinos: le tienen fe a esas aguas, ¿qué saben los farmacéuticos lo que es bueno? Estos días se habla de "un asesino silencioso". El radón (Rn 86) pone en riesgo la salud de miles de gallegos. La piedra granítica exhala un gas mortal. Nadie tiene la culpa y poco podemos hacer.
El paisaje de la mina en litigio tiene un aire marciano. Su color encendido lo aleja del verde y el azul terrestres. Está muy en boga ese apego a "algo genuino" que caracteriza una zona. También el instinto de propiedad comunal, pase lo que pase.
Tres ingredientes convergen en la protesta: fe pagana, romanticismo prenacionalista y turismo cultural. Digo esto por la insólita contraoferta de la plataforma: si no queda más remedio que sellar la mina, (y no queda) hay que levantarla de nuevo. Solicitan una réplica exacta recreada de forma artificial. Sería algo así como un inmenso plató de televisión. Me pasma la forma en que los informativos tratan la noticia: se diría que los técnicos son  unos canallas empeñados en amargar a la buena gente.
Si el agua nos envenenara, pediríamos cabezas y responsabilidades. Cuando se nos advierte del peligro (cajetillas de tabaco) preferimos no saber o no creer. Estamos en la sociedad de la prevención y la previsión, pero cobran fuerza los movimientos "antivacunas".
No pasa un día sin que uno se sorprenda: no sé qué opinará de esto el nuevo ministro de Ciencia, Innovación y Universidades. Uno de los objetivos en el currículo de Duque es "luchar contra la homeopatía", seguramente porque la considera un fraude. Como astronauta, el paisaje de Mazarrón le parecerá terrestre, y no marciano. Cuando la plataforma grita que "no es justo", ¿a qué se refiere? La naturaleza va a por nosotros y procuramos ir dos pasos por delante. Es la batalla contra la muerte.
El proyecto de la réplica no es una propuesta nueva. Lo hemos conocido con las cuevas de Altamira. Pero el original era un nicho amenazado y no al revés. En Mazarrón la amenaza es la propia mina.
Habrá que empezar a preguntarse con cuánto pasado puede cargar el presente. Preguntémonos si toda reivindicación vecinal merece dinero público. Es verdad que no solo de pan vive el hombre, pero estamos ante una estampa de dimensiones gigantescas.
Quizá sufrimos el "efecto turismo" fusionado con el "sí se puede". ¿Una pista de nieve artificial a 40 grados?, ¡adelante! Somos la sociedad que luce "marcas falsas" a precio de mercadillo, pero el erario de Murcia no es el de Dubai.
 

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