sábado, 11 de mayo de 2019

POR IMPERATIVO LEGAL

Ya es generalizada la advertencia, entre los testigos propuestos por la defensa de los Jordis y Josep Rull, de que responden a la acusación particular "solo por imperativo legal". Uno tras otro afirman sentirse incómodos por tener que contestar a las preguntas, formuladas "por la extrema derecha fascista".
Marchena (con toda su santa pachorra) cambia la fórmula, según transcurren los días y las personas. Al principio efectuaba alguna aclaración quirúrgica y pertinente. En una ocasión, afirmó que todo allí era "por imperativo legal" y en otra dijo algo así como "si a usted le alivia decirlo, sea".
Son todos ciudadanos anónimos que votaron el día 1 de octubre de 2017. El desfile resulta interminable y monótono: solo querían votar, sobre todo querían votar. Son gente de bien y aquel fue un día de jolgorio, (¡votarem!), la fiesta de la democracia.
Solo querían votar, pero votar, a secas, no es posible. La urna adquiere un verdadero valor cuando está inscrita en toda una estructura. Pasaron del voto histriónico y sin control alguno (hablan de dos millones de sufragios y novecientos heridos) directamente a un sí a la independencia.
Después de escuchar a jubilados, profesores, auxiliares de enfermería o ingenieros, por fin llega doña Rosa, muy decidida ella. Afirma que votó, a pesar de que sabía que el Tribunal Constitucional había declarado ilegal el referéndum. Es sorprendente, porque son muchos los testigos que sobre eso no sabían nada, o no lo tenían tan claro, o simplemente no articulan palabra.
Yo no dejo de hacerme preguntas y más preguntas. Si no lo sabían, ¿por qué acercarse a los colegios electorales a las seis de la mañana? Fueron todos muy madrugadores, cuando no durmieron ya en los locales esa noche. Los actos lúdico-académicos del día anterior, al parecer, no tenían nada que ver con el referéndum. Alguno ha declarado que familias enteras pernoctaron (con sacos de dormir, avituallamiento, termos de café) por decisión de las AMPAS. Eran padres, madres e hijos. Si vieron por allí al Espíritu Santo o no, no lo sé. Hasta el momento, nadie lo ha preguntado.
Ninguno sabe (ni quiere saber) cómo se conformaron las mesas. El presidente y los vocales eran, si acaso, voluntarios valientes y aguerridos muy bien dispuestos. Los ordenadores los traían de casa los vecinos de las inmediaciones y doña Rosa habla de "un chocolate colectivo". Nadie vio salir las urnas, ni saben a dónde las llevaron. Ninguno participó en el recuento de papeletas. Muchos votaron "donde pudieron" (y no siempre donde quisieron o correspondía) porque escucharon que "el censo era universal"
Todos coinciden en el pacifismo inherente al movimiento. Las parejas de mozos de escuadra no pudieron (ni debían) hacer nada, más allá de una ronda, tres a lo sumo. Hubo masas taponando las puertas y ninguno conocía a los particulares que traían el material electoral a primera hora, o segunda. Urnas y papeletas iban llegando y la gente "estaba con una ilusión tremenda". No tenían ningún interés en ningún otro aspecto. El censo universal facilitó el voto: si no podían votar aquí, pues votaban allá. No había interventores sensu stricto, porque ni puñetera falta que hacían.
Las declaraciones transcurren como un rosario en una tarde de invierno. Algunas preguntas de las partes son buenas, muy buenas. ¿Quién le convocó a usted a las urnas? ¿A mí?, ¡nadie! Lo sabía todo el mundo, por los medios de comunicación.
"Yo, los únicos golpes que vi fueron los de la policía a la gente" Pudo haber insultos, alguna cosilla, tal vez incluso yo. ¡Fuera fuerzas de ocupación y cosas así! Cuando ves vulnerados tus derechos...
Inés Arrimadas se ha despedido del Parlament. Torra le ha pedido que escuche el silencio. Es todo lo que queda, según él, de su paso por los santos lugares. Y sí, yo escucho ese silencio.
Es el profundo daño que estaba sufriendo la otra mitad de la población, ¡o más! Esos no declaran ante el alto tribunal ni son convocados. Tantos cientos de españoles que vivimos con el corazón encogido, preguntándonos hasta dónde iban a trepar las ciegas hormigas. Al vecino del que votaba alegremente se le subía la bilirrubina. Al amigo del que votaba, probablemente se le disparó la ansiedad. Un sector organizado de la población se había apoderado del país entero y lo que cuentan son sus testimonios. Ese sí que es un silencio atronador. Hay que ver qué buenos eran todos los que votaron aquel día. Casi se me saltan las lágrimas, pues fueron y son la quintaesencia más pura del delirio nacionalista. Eso sí, en la sala dicen señoría o sí, señor.
Muchos de la prensa se preguntan qué vamos a hacer con esos dos millones de seres. O les damos gusto, o nos estamos equivocando. No es la primera vez que afirmo que son ciudadanos como los demás. Que maduren, y punto. Dan la impresión de pertenecer a una secta irreversiblemente alienada. Narran en un estado de desviada hipnosis colectiva. Olisquean algo, inefable, intangible, eterno...Y todo por imperativo ilegal.

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