domingo, 29 de abril de 2018

¡Visca España!

Sí, confieso que me tragué la última edición de Operación Triunfo, de la pe a la pa. Estaba cansada de la bronca política, de propaganda de la más baja estofa y de especiales de investigación con una voz en off que anunciaba el último apocalipsis. De pronto descubro a un grupo de jóvenes aspirantes que habían superado la criba de la criba de la criba: eran la nueva generación O.T. En concreto, 9 chicas y 9 chicos: 2 canarios, 4 catalanes, 2 madrileños, 2 gallegos, 2 vizcaínos, una navarra, un brasileiro, un mallorquín, un cacereño y un andaluz. La tele apostaba de nuevo por una fórmula que dábamos por muerta y, ¡oh, milagro!, se convertían en trasunto de una juventud educada, que sabía convivir, ganar, perder...
Traba tras traba, el concurso iba avanzando y los concursantes trabajaban duro: no pueden escoger canción, tienen que bailar, cargan con más de un número a la semana. Desde el primer momento, una muchacha de Pamplona le cayó en gracia al público "masivo". Y empezaron a llamarla "Amaia de España".
Era natural y espontánea y se estaba ganando el corazón de la gente precisamente por eso. Cuando subía al escenario, algo que no tienen los demás se manifestaba. También se ganó el corazón de otro joven, (el chico del trombón), que, en mi opinión, no podía dejar de imitar al increíble Salvador Sobral.
Se discutía, (aunque no mucho), que la pobre chica "cargara" con semejante apelativo. Ya el público se había referido a la primera ganadora en la historia de O.T. como "Rosa de España". Se jugaban la representación en Eurovisión pero, ¿a qué viene tanto España? Y dale con España, España por aquí, España por allá...
Amaia estaba predestinada y había sido elegida por una mano divina: finalmente, se hizo con el premio y el dueto con Alfred fue el más votado para viajar a un festival de la canción cuya vida viene y va. Todo había salido a pedir de boca: Noemí Galera supo estar al frente de una "Academia chapeau".
Finalizado el programa, les esperaba la calle, la realidad, el mundo: un interminable calendario de actuaciones, entrevistas, grabaciones. Amaia de España y Alfred solo corrían un riesgo, y no menor: acabar por empalagar al público. La canción es pura nata y ellos "esa parejita típica que no ha roto un plato". Sus familias respectivas han tenido que conocerse y reconocerse, al margen de lo que el futuro les depare. En el escenario, la coreografía es fingida, pero solo en parte. Por toda Europa ya se habrá corrido la voz de que se enamoraron en la Academia.
Así las cosas, a la fecha del certamen se le adelantó "el día del libro". Sant Jordi en Barcelona (aunque no solo allí) es un gran día. Como buen catalán, Alfred le regaló a su pamplonica una rosa y un libro. El título: "España de mierda".
La bandera de la portada y el título encendieron los ánimos al segundo. En realidad, se trata de la primera novela firmada por Albert Pla. En Casa del Libro la presentan como "impresionante debut" y la califican de "on the road". Su autor se revela, según la promoción, "lúcido", "cómico-visceral", "sensible", "preciosista", "tierno", "cabrón", y la novela es "bella", "onírica", "canalla". Antes de pagar los 17'90, se puede leer el arranque. Establece, de una vez por todas, qué será lo que se encuentren los lectores. El título y la portada no son almax para recubrir las paredes de un estómago mareado, cuyos ácidos pretenden salpicar los "supuestos" cimientos nacionales.
Novelas malas, incluso pésimas, hay muchas. Cada una responde a un trabajo más o menos arduo y todo el resto del proceso. Desde luego, el título requiere algo así como una iluminación, un borbotón sincrético. Seguro que Albert Pla se abre camino entre los suyos.
No hace falta que diga que Alfred (y Albert) es una persona libre, ¡faltaría más! Ahora bien, si escogió ese libro, (precisamente ese), fue por alguna razón, o incluso más de una. Algo quería transmitirle a la pamplonica, como cuando se dice "tú lee esto", en el sentido de "cambiará tu percepción de las cosas". Estaba, supongo, ofreciéndole lo mejor de cuanto disponía, que era mucho.
Conociendo al autor, de nada sirve hacerse el desentendido. La noticia saltó a las redes y empezó el jaleo. El bueno de Alfred intentó explicarse pero, cuanto más lo quería arreglar, más lo estropeaba. La pregunta es: ¿qué demonios es el antiespañolismo para tantos de nuestros jóvenes?
Cientos de voces empezaban a protestar y amenazan con boicotear el festival. Al festival, unos cuantos españoles más o menos le da lo mismo. Lo ven 200 millones de personas en todo el mundo, que aplaudirán (o no) esa noche a Amaia de Pamplona y Alfred, de Prat de Llobregat.
La imagen de aquella academia de conexión civil y civilizada quedaba hecha añicos. Ya en Galicia había circulado un bulo sobre las supuestas humillaciones sufridas por Miriam. Todo había sido una ilusión óptica en pantalla plana. El representante de España en Eurovisión se permitía el lujo de ser "un español antiespañolista".
De un modo u otro, Alfred conecta con Pla. Digo esto porque, escuchando al autor de la novela, (¿qué me dirían si yo escribiera ficción bajo el título "Cataluña de mierda"?), he llegado a dudar de su salud mental. El tiro de gracia llega cuando, en una entrevista, preguntan a la parejita qué se llevarían como objeto imprescindible: y Amaia de España contesta "el libro España de Mierda".
Claro, la chica quería distender, zanjar la polémica y defender a su novio. Todo lo que consiguió fue perder apoyos y encender aún más los ánimos. La rosa se había marchitado y el libro era un presente, aunque no fuera ni oro, ni incienso, ni siquiera mirra.
No parece que este extraño fenómeno se manifieste en otro país conocido. España es algo así como el triángulo de las Bermudas. Si entras, los relojes se detienen, las personas se volatilizan, las agujas de la brújula enloquecen, sin norte, ni sur, ni este ni oeste. Es un circo triste, al que le crecen los enanos. Los españoles éramos pocos, y nos parió la abuela. No hay dos sin tres, ni tres sin cuatro. Somos los del La la la, y no los de La la land.
El libro en sí no merecería ni una línea mía, lo cual no significa nada. Estamos hechos, si no a todo, sí a casi todo. Su autor (que ha conseguido venderle un ejemplar al bueno de Alfred) es algo así como un crío grande diciendo caca, pis, pedo. Su sueño: entrar al asalto en todas las instituciones y matar a todo el mundo. El tonillo de las primeras páginas refleja un infantilismo impropio para la edad del sujeto. Más que francotirador, dispara en todas direcciones y en ninguna. Si alguien está cabreado, tiene que ser el personaje y el autor ha de coger las riendas. Mucho tópico y poco oficio. 
A Amaia de España su mayor virtud se le ha vuelto en contra. No todo el mundo la entiende, como no todo el mundo me entenderá a mí. Entre Anna Karénina, (que acaba tirándose a un tren y no goza de las simpatías feministas) y España de Mierda, hay literatura y mucho margen de respuesta. No sé si habrá tenido tiempo de leer la novela. Y es que la fama está muy guay, pero no te lo perdonan todo. Quizá Alfred haya aprendido en la escuela de Pep Guardiola. Como buena esposa, Amaia se inmola con él. No nos saldría peor, aunque lo hiciéramos a propósito.

1 comentario:

  1. Es increíble donde puede llegar la estupidez de la parejita..y por supuesto el dichoso libro jamás lo compraría ni lo leería ,ya el título me echa para
    atrás. Pepita.

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