domingo, 15 de octubre de 2017

SER O NO SER


Sólo existe un daño más letal para un hombre que la soledad más absoluta: ser señalado y proscrito por la comunidad a la que "pertenece". Desde la letra escarlata en el pecho, (cosida por un pecado moral), hasta el escritor maldito, (que desafía una ideología hegemónica), el escarnio y el vacío social son los castigos que impone el grupo.
Somos animales sociales. Nacemos y crecemos en el seno de una familia. Y seguimos buscando ese calor cohesionador siempre, sea cual sea el material del que emana.
El grupo nos da seguridad y protección. El grupo "certifica" nuestra existencia más allá del espejo. El grupo nos da un nombre y nos confiere "identidad", pero el grupo, ¡ay!, puede esclavizarnos hasta el punto de anularnos como persona.
De grupo a grupo existen diferencias notables. No es lo mismo entrar en una secta que en un club de tenis. Es signo de salud mental individual la disensión interna, cuando se nos exigen actos de  fe allí donde debiera haber razón.
Se ha dicho por activa y por pasiva que el nacionalismo es "una religión política". La nación se erige  a base de "creencias" sobre casi todo. Obsérvese, si no, cómo sus dirigentes son invocados como popes, y no como políticos al uso, pastores que se pasean por el precipicio de un mapa incierto.
Se discute estos días sobre el ser y el sentir. ¡Soy catalán!, ¡no me siento español! Apuntaba Savater, (rechazando todo este verbalismo), que habría que saberse español. Un periodista independentista afirmaba rotundamente: ¡no quiero ser español! Aquí ya aparece la voluntad firme. Es tan absurda, (en mi opinión), como infantil. Sería algo así como empeñarse en no ser terrícola, cuando resulta que el planeta tierra es mi nicho.
Sentirse catalán para muchos implica no ser español en absoluto. Trazan una frontera autorreferencial y viven una distopía endogámica. La misma mujer de Puigdemont es una guapa rumana. No se trata, pues, de una endogamia genética, sino de una catequesis eugenésica.
No querer ser español no es lo mismo que no serlo. Para querer dejar de ser algo, primero hay que haberlo sido y muy profundamente. Tengo una nariz grande y quiero operarme. Es que me miro mucho al espejo y no me gusto. Si no me hace caso la vecina guapa, es por mi nariz. Si mi padre no me escuchaba, era por mi nariz. Si me fue mal en la oposición, ¡la culpa fue de mi nariz! El día que me aserruchen la punta, entraré en el cielo de "la otredad"
En España se están librando dos batallas a un tiempo: por un lado, creencias versus razón, conflicto generacional, por el otro. Como es una matriz de dos entradas, la sociología política resultante es compleja. Tuvo un arranque, pero también un acelerador.
He sostenido que la llamada "crisis" nos hizo estallar en una orgía de confusión. ¡El pueblo debía ser empoderado!, ¡la corrupción carcomía nuestros cimientos! El clima fue pasto de oportunistas que empezaban a engordar con el estraperlo. Y se nos decía que no había nada que comer en España.
PODEMOS rebajó el debate político a la mera supervivencia: becas comedor, stop desahucios, tres salarios mínimos de sueldo tope. Eran los días del NO al aforamiento y otros supuestos privilegios de CASTA. Se pedía TRANSPARENCIA, REPÚBLICA, nacionalización de la banca. El objeto de desvelo eran los más necesitados. Había pobres energéticos por todas partes y en las fronteras se agolpaban los refugiados. Y los mismos alcaldes que rimbombantemente declararon sus ámbitos de responsabilidad "ciudades refugio", hoy ven con buenos ojos la frontera catalana en el nombre del pueblo.
En el extremo este de España, el nacionalismo catalán hervía como olla a presión. El independentismo supura en torno a un cántico: ¡la nueva Arcadia será la locomotora de Europa!, ¡sus dirigentes habían sido llamados y elegidos! Dejarían atrás toda la escoria española. Son más eficientes, más cultos, más creativos. Oír hablar a la diputada Miriam Nogueras es muy revelador. Y tienen una lengua propia, como si los demás hablaran el lenguaje de los simios.
La obsesión por la diferencia implica siempre un autoconcepto de superioridad. Como los viejos eugenistas, rastrean el franquismo de la oligarquía española para superarlo. Por lo visto, un abogado del estado, si lo hay, nieto de un hombre del movimiento, porta una alteración cromosómica en forma de fatal determinismo. Lo de menos es que haya estudiado Derecho y aprobado su oposición.
Incluso Albert Rivera perdió pie hace unos días. El portavoz del PDeCat en el Congreso dijo que su discurso era "el de un falangista". Pillado por sorpresa, (¡qué pena!), se defendió muy mal y por segunda vez: apelaba a su fecha de nacimiento como salvoconducto y certificado de demócrata. Tuvo que ser la presidenta, Ana Pastor, la que zanjaría el cruce de reproches. Dio orden de retirar "esa palabra" de las actas, puesto que no quiso retirarla quien debía. Dejaba claro que la consideraba "vejatoria" y que estas nuevas generaciones se pierden en una especie de infierno artificial.
Todo se nos ha vuelto en contra, o quizá no. No hay autoridad que se respete o se reconozca. Algunos medios de comunicación practican verdadera pornografía informativa. Por muy republicano que se sea, el odio hacia los Románov no es propio de estos tiempos.
Los discursos degradaron una supuesta "vieja política" y a sus hacedores. La corrupción era real, pero aún hoy se desconoce, en parte, su verdadero alcance. Algunos jueces llegaron a humillar su noble tarea, absorbidos y atrapados por una presión popular insoportable.
Nos alertan los "demócratas" independentistas de que nuevas elecciones no servirán de nada. ¿Van a volver a aplicar el 155 cuando vuelva a ganar el secesionismo? ¡Pues muy sencillo, señores!: sigan siendo ustedes lo que quieran. No se trata de lo que son, sino de lo que hacen. Nada más tonificante para un independentista que seguir siéndolo. Lo que menos debería interesarle es la independencia. ¿Qué haría, si no, cuando la obtuviera? El PNV lo ha entendido, y bien que le va a la comunidad vasca.
Así las cosas, es la hora de los individuos. El Borrell que fue en las listas de Sánchez se sube a la tarima el domingo en Barcelona. Boadella, Savater y un largo etcétera lucen sin vergüenza su letra escarlata. Quieren hijos, y no soldaditos de plomo.
Hasta la profética Rosa Díez tiene muchos seguidores en Twitter. Sus detractores con cabeza hueca la atacan siempre por donde no le duele: ¡cállate, vieja!, le gritan, o ¡tómate la pastilla!. Ha llegado la hora de restablecer la más noble auctoritas.

1 comentario:

  1. Es desesperante lo que esta ocurriendo en nuestro pais, efectivamente llevas razón en tu escrito Fátima, pero yo pienso que los presidentes que hemos tenido desde que empezó la democracia se han dejado de ir de las manos cediendo en cosas que no se tenía que haber cedido, la principal de todas educación, con las ambigüedades que tenemos en toda nuestra clase política vamos de mal en peor..un saludo de pepita..

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