martes, 14 de febrero de 2017

EN LAS REGIONES DEL SUEÑO

Escribió un tal William que morir es dormir, y tal vez soñar. Resolver con la elegancia de un científico una ecuación tan compleja, (morir, dormir, soñar...), es una empresa que me deja cao. Existe un sueño reparador, tan profundo como la muerte. Es tan placentero, que tocas la nada sin saberlo.
Las pesadillas, en cambio, nos hacen amar la vigilia. Volvemos como un muerto celebraría la resurrección. Las mejores imágenes oníricas se desvanecen a menudo, dejándonos un vacío anhelante, parecido a la hambruna de un miserere.
Siempre he creído que los sueños son metáforas muy elaboradas. Las fabricamos estando despiertos, ¿qué tendría de raro? Quizá el error de Freud fue sistematizarlos como lo hizo. Cuando dormimos, el cerebro sigue activo, ¿por qué no leer sus producciones y reediciones?
Hay sueños frustradores, o recurrentes, incluso muy literales. Otros densifican los parámetros espacio/tiempo hasta hacerlos inenarrables. En los sueños puedes volar, salir de ti mismo, ser y no ser. Se segregan las emociones en estado puro, como ambrosía.
Soñar despiertos también forma parte de nuestra naturaleza humanoide: no todos los sueños tienen que ver con la gloria, el amor o la belleza. Al fin y al cabo, pueden darse a la vez dos sueños contrapuestos: mientras el uno se recrea subiendo al podio, prefiere ver al prójimo en caída libre.
En las regiones del sueño nada es verdad y nada es mentira. Como en una novela, la realidad recreada es un destilado de la otra. Los sueños son una combinación única, un mundo solitario donde vagamos como ánimas perdidas.
Los muertos no vuelven, no nos visitan, no nos demandan. Somos nosotros, que damos vueltas cada noche. Nos asalta lo que hicimos, lo que no hicimos, lo que no dijimos. El sueño se levanta como un espejo deformante. Tenemos que mirarnos, extrañándonos, incluso extasiándonos. Para saber quienes somos o para ignorarlo definitivamente. No existe control alguno sobre los sueños involuntarios. Se desata la conciencia, que despierta mientras dormimos.
Por la mañana nos desperezamos y enjuagamos la boca: nos sacudimos la culpa, la frustración, el miedo. Es un ir y venir, de la indigencia más íntima al autoengaño. Quizá sea la única forma de sobrevivir a la vida. Nunca sabes con quién te vas a encontrar. No sabes qué sorpresa te espera, o si habrá alguien. Ese alguien eres tú mismo, que te hablas. No eres el gigante que quisieras ser, ni el enano que te acecha y te pisa los talones.

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