lunes, 16 de marzo de 2020

MANDO ÚNICO

¡Cuán frágiles somos y qué fuertes podemos llegar a ser! La sociedad es un castillo de naipes del que no teníamos plena conciencia. He recordado estos días los versos de Yeats: todo se desmorona, el centro ya no aguanta, el mundo se sume en la mera anarquía.
Quién nos iba a decir que un virus de 400 nanómetros nos doblegaría hasta decretar el estado de alarma. Después de una reunión de más de 7 horas, el presidente del gobierno se dirigió a la nación en calidad de mando único. Estamos de acuartelamiento, de arresto domiciliario, de ingreso hospitalario preventivo. Vigilamos nuestra sintomatología y las toses del vecino.
Ha ocurrido en poco tiempo. Así funciona la matemática exponencial. No se celebró el Mobile, y lo sabíamos, pero seguimos viviendo como si tal cosa. Echando la vista atrás (¡insensatos!) muchos se llevan las manos a la cabeza. El único periodista serio (¡ahí es nada!) fue Iker Jiménez.
Permanecemos, pues, a la espera. Hemos desaparecido de nosotros mismos. Somos la resistencia, y lo somos desde la mañana hasta la noche. Se acabaron los saqueos a las estanterías. De tres en tres y calladitos. Nos lavamos las manos, pero no como Pilatos: es un gesto patriótico.
Palabras en desuso vuelven a ser pronunciadas: son cientos de españoles los que están en cuarentena. Quizá los más recalcitrantes descubran para qué sirve el ejército: no rompen filas cuando vienen mal dadas, preparados, imponentes. Aquí se retrata todo el mundo. Los de siempre dan la nota, como siempre. Una Margarita Robles con un par (sí, señor) ha dicho lo que tenía que decir. Gobernar es lo que tiene: puede parecer un juego de tronos, pero no lo es. Ahora más que nunca nos preguntamos en qué manos hemos puesto nuestras vidas.
Las familias se pelean amablemente. Todos quieren bajar la basura. ¡Piedra, papel, tijera! Voy a comprar el pan y así estiro las piernas. Se han acabado las aspirinas, ¡ya voy yo!, ¡que no!, ¡que voy yo! De eso nada, ¡me toca a mí!, ¡tu ya bajaste ayer!
Los que tienen mascota, nos dicen, gozan de un salvoconducto. No es exacto, señores. Solo los que pasean perro. No se le ocurra sacar al gato, ni airear la jaula por el muelle. El hamster tampoco vale. Que no, ¡no insista!
Los espacios se ven inmensos, desiertos, desinfectados. Nos hemos convertido en los extraterrestres de una fantasmagoría bélica y futurista. No es una película, ni un cómic, ni un simulacro. Es la realidad, cruda, reptante. Ni bodas fastuosas, ni bautizos, ni funerales como Dios manda. Todo nos ha sido arrebatado, hasta el sentido de la orientación. El teatro se estrena sin público. El paraguas se hace inútil. No es necesario ni vestirse, ni maquillarse, ni darse protector solar.
Es la hora de los tranquilones, de la gente lenta, de los solitarios. Los culo inquieto lo tienen más difícil, los viajeros compulsivos, los que están solos sin desearlo. Cobran una nueva relevancia las bien llamadas redes sociales. El mundo bulle dentro de un dispositivo, dependiente de los satélites en órbita. 
Ahí está la gran quedada, sí, la del agradecimiento nacional. Podemos asomarnos a ventanas y balcones y sentir que todos somos uno. Aplaudimos a nuestros servidores públicos, pero el gesto va más allá: ahuyentamos el aislamiento y mantenemos el miedo a raya.
Por increíble que parezca, hay un frenesí ahí fuera: se sigue inyectando la quimioterapia, y los corazones se paran como reflejo de esta parálisis. Los niños vienen al mundo, otros lo abandonan para siempre. Hay que desempolvar, la bici estática, el parchís, el álbum de fotos...
La salud mental es piedra de toque. Corren malos tiempos para la angustia. No se puede caminar ni por prescripción facultativa, en caso de colesterol alto o de problemas coronarios. Los sin techo vocacionales duermen en albergues, quieran, no quieran. Los agentes de captación de las ONGs son despedidos sin contemplaciones, porque no hacen socios en las calles. No nos faltan gurús: salen de debajo de las piedras. Nos anuncian nuevas enseñanzas espirituales, y todo por la pandemia. Saldremos reforzados, nos dicen, pero nos guían a niveles de sabiduría superiores. Es la vieja idea del martirio como camino de perfección. 
Tenemos que seguir viviendo, y no solo sobreviviendo. En Italia la gente canta y baila al ritmo de acordeones y panderetas, en terrazas y azoteas. La fuerza aérea surcó los cielos, abrazando un país en vuelo acrobático. Alentada por la voz de Pavarotti (¡venceremos!) dibujó la única bandera que los une.



1 comentario:

  1. No hay verdad más solemne..., no hay palabra con mejor explicación..., la tierra no se si se defiende o si pelea..., sólo supe que no somos los más grandes..., pero si los menos adaptados...

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