martes, 10 de marzo de 2020

LAS COSAS DEL QUEER...

Se pregunta Germaine Greer por qué las mujeres son llevadas a los programas de detección del cáncer de mama y no existe, sin embargo, parangón con los problemas de próstata de los hombres. Parece más fácil manejarlas a ellas (y convencerlas) para que se muevan en masa, supuestamente pioneras, chicas, girls, indiferenciadas. Se celebra el día de la mujer, un singular muy traicionero. No respeta la individualidad, con el pretexto de que un panmujerismo se preocupa por la suerte de todas las que el mundo habitan. Comparten intereses, objetivos, sueños...Están tan hermanadas, que rimbombantemente se habla de sororidad. 
Se ha vuelto a ver el día 8 en Madrid. No existe (ni ha existido nunca) un decálogo común que se suscriba en bloque monolítico. Los manifiestos de convocatoria exigen la firma de un catecismo férreo e inamovible: la fiesta del feminismo es otro monopolio. 
Queda relegado todo un espectro ideológico. Si no perteneces a la iglesia ultraortodoxa, eres el enemigo del pueblo. Se trata, desde luego, de una causa con muchos frentes. Nada la destruye más que un exceso de simplificación y el populismo punitivo.
Esta efeméride se vive en España en clave nacional. Ahí están, como un ritual, las brujas de Ciudadanos linchadas en ceremonia de excomunión. En la primera línea de la pancarta había abogadas, escritoras, diputadas...pero tuvieron que retirarse porque no se garantizaba su seguridad.
Las que se quedan, pues, son las amas del cotarro. La vicepresidente Calvo se apropia de la historia del feminismo (¡no, bonita!) y la ministra Montero se lo pasa chachipiruli. Algún verso suelto del PP ha sido criticada por no asistir, ¿se prefiere que vaya para darse el gusto de expulsarla?
Como campaña publicitaria, al gobierno el día le sale gratis. Las calles (que no temen al coronavirus) se expresan libremente. VOX se autoexcluye, pero cuenta,  y cuenta mucho: en una pancarta se podía leer Feminista, vasca y bollerajódete VOX.
Volviendo a las reivindicaciones, no hay novedad en el frente: techo de cristal, brecha salarial, violencia de género. Este año no se habla de la ablación del clítoris. Sospecho que la cuestión ha pasado de moda. Estamos en otra fase, de confusión conceptual e hipervigilancia. La militancia más recalcitrante se confunde con la ginecología. Hay una obsesión por reducir el todo a una parte de la anatomía: son las papisas de la entrepierna.
Si Ana Botín se pone al frente de un banco, ella no es bienvenida: representa al heteropatriarcado ultracapitalista. Pasa lo mismo con Margaret Thatcher. Fue la primera primer ministro por los conservadores, y ya ha llovido. Queremos que las señoras lleguen a puestos de poder, de responsabilidad, a los consejos de administración. Cuando nos pasan por la derecha, entonces son marquesas odiosas o simplemente privilegiadas. Hay ricas disfrazadas de pobres y mucho macho paternalista: te dicen que han llegado a casa como les sale de los cojones, ¿por qué tú no?
Si seguimos por estos derroteros, no va a quedar piedra sobre piedra. Hay sectores que ya reclaman la censura en el arte. Urge descolgar cuadros de los museos nacionales porque son ofensivos. No sé si caerá la Maja Vestida o la Maja Desnuda. Incluso se ha desatado una fobia por la Lolita de Vladimir Nabokov. La propia Laura Freixas ataca su argumento, aunque reconoce el talento literario. Resulta trágico que no vea en la novela un exquisito equilibrio moral. Vaya mi repulsa por un feminismo tan destructivo. 
Fuera de la calle, el debate (más o menos académico) sigue abierto. No hay acuerdo y no lo hay en muchas cuestiones: la regularización o no de la prostitución, la maternidad subrogada, incluso la propia identidad de género. La parroquia Queer (un nuevo eslabón en la cadena evolutiva) dicta la abolición de los sexos. La biología es una suerte de imposición convencional. No existe el óvulo ni el espermatozoide. Yo puedo ser Manolo hoy y Cristina mañana.
Un sector del feminismo ha ido derrapando como un vehículo descontrolado. Primero se solapó con la homosexualidad femenina, según propone la activista Irantzu Varela. Después, en una especie de sopa protozoica, la necesidad de un útero y esperma para tener hijos empujó a la anulación (quizás inconsciente) de lo propio insuficiente y lo ajeno imprescindible. No es feminismo sino más bien un asco por el cuerpo, por todos los cuerpos. No me sorprende, en estos tiempos de puritanismo insoportable. Ya solo nos falta una María Goretti a la que se le aparezca una virgen feminista. El paso siguiente será convertirla en un cristo femenino. El solo el sí es sí no es más que la punta de un iceberg
Tenemos, pues, un convoy con locomotora y vagón de cola. Mientras unas expresan miedo a la violación, otras niegan la existencia misma de la mujer. Para corregir las atribuciones sociales en función del sexo (hacer las camas o arreglar un enchufe), nos convierten a todos en una especie de Conchita Wurst.
Feministas muy a la izquierda (como Lidia Falcón) están cabreadas con este guirigay. Es feminista, pero se define mujer. Se reserva para ella esa esencia, ese destino. En el mujerío, dicen, no puede entrar todo pichichi. El problema trans lo seguimos desde Bibi Andersen, hoy Bibiana Fernández, por cierto muy bien tratada por la sociedad española y afecta a los piropos. Esa es una cuestión y otra las cosas del movimiento Queer. El feminismo, visto así, ha muerto. Y algunas se entretienen hablando de sufragismo...

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