jueves, 31 de agosto de 2017

LA MATRIA

Si alguna conclusión pudiera extraerse del fenómeno BREXIT es lo que yo llamaría el estupor paralizante. Un complejo entramado de sondeos falsamente tranquilizadores, la peor demagogia discursiva y un primer ministro sin mira telescópica, desembocaron en un callejón de vía estrecha, el EXIT con el que la mayoría no contaba y, en el peor de los casos, a modo de corte de mangas a la UE.
El día después el país se rebeló como lo que realmente era: los ciudadanos deambulaban incrédulos por las calles. Se diría que asistían a un eclipse total y definitivo. En un interesante vídeo que ha dado la vuelta al mundo, el guionista se planteaba si acaso no sería Inglaterra lo que deseaban abandonar los ingleses.
Hubo ramificaciones sorprendentes, o puede que no tanto. El caso de Irlanda es curiosísimo. Su gobierno, que iba a rebufo inevitablemente, temía las consecuencias de "la salida", y el Sin Fèin planteaba un referéndum sobre la unidad de la propia Irlanda.
La cuestión catalana no tiene nada que ver. Es mucho más enconada y más grave. Pero, cuando menos, sus promotores deberían encomendarse a la Moreneta: las veleidades, en ocasiones, se nos vienen encima.
Da toda la impresión de que empezaron jugando a los cacharritos. Todavía recordamos a Pujol afirmando que "nunca conseguirían lo mismo que los vascos". Cataluña es hoy una inmensa máquina fanatizadora, un contínuo soborno moral. Allá el que consienta en sus propias carnes.
La urna, en sí misma, no es nada. Una caja con ranura, todo lo más. Votar no es un verdadero derecho, si una estructura completa no lo sustenta y lo arbitra. El "derecho a decidir" no pasa de trampa dialéctica y de comodín para los más apáticos. Aquellos que lo defienden están obligados a comprometerse con las consecuencias. Podría ganar el SI, ¿o acaso les da miedo? Si no tiene usted un verdadero plan, no juegue con explosivos: nos estallarán a todos, más tarde o más temprano.
Muy a menudo la naturaleza de una causa se mide por la de sus defensores. El escuadrón de la independencia ni se arredra ni se esconde. Ver a la plana mayor de CUP con la efigie del rey boca abajo me hizo temer por mi propia cabeza. La manifestación contra el terrorismo forma ya parte de nuestra historia y para nuestra eterna vergüenza.
En definitiva: una vez más, nos matan porque nos lo merecemos. Las armas, ya se sabe, las pusimos nosotros. España, (cateta e ineficiente), forma parte de un occidente genocida. Cataluña, (la última distopía), se alza en una estratosfera ético-moral.
Quizá lo que más agota es lo del franquismo. Ser antifranquista se ha convertido en un salvoconducto, tipo club de campo. Sacas el carnet de socio en la entrada y viene el limpiabotas. Claro, como el dictador murió en la cama...
De los comparsas de la tele hablamos otro día. Son legión los que coquetean con el peligro convencidos de que "no se meten en líos". No vaya a ser que te llamen FACHA, ¿eh? Aunque quizá lo haces por ganarte el pan de cada día.
Sigo con la duda sobre el dichoso 155: 155 por aquí, 155 por allá. El propio estatut es un tocho que regula hasta el largo de tus cordones, pero el 155 español hiberna en un páramo anormativo e impotente.
No tomamos nota de los hechos o no queremos hacerlo. El País Vasco nos sirve de modelo para las ecuaciones. Las concesiones al gobierno autonómico han sido una constante, incluso en detrimento de los intereses generales, y no por ello cesaron las demandas. Conservar lenguas, (romances o no), no te convierte en un príncipe ario. La "voluntad popular" es el peor monopolio al que aspiran los extorsionadores. Llegados a este punto, me pregunto si el cabreo de los independentistas es con España, o si es de Cataluña de donde en verdad quieren marcharse.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario