lunes, 16 de enero de 2017

LEVIATÁN

Nadie podía imaginar, a finales del siglo XX, la generalización masiva de un portento como Internet y las llamadas redes sociales. La humanidad había conocido el telégrafo y hasta los matrimonios por correspondencia, con intercambio de fotografías vía correo ordinario, pero no la participación directa a escala global.
Ya ni los ordenadores personales se usan tanto. Basta un dispositivo extraplano, ligero y señal wifi. Detrás hay microtecnología, ingeniería satélite, programadores, al servicio del exhibicionismo y el voyerismo a partes iguales.
Llevamos en el bolsillo una ventanita para asomarse al mundo. Supone una extensión del horizonte conocido, del alcance de nuestros ojos. Es mucho más sofisticada y exigente de lo que fue, a finales de los cincuenta, la alienante tele-visión. Plantea un desafío a los principios y los límites de la democracia: un ciudadano, un teléfono móvil. Es tal la fascinación que provoca y el caudal que mana, que ya tenemos millones de adictos y adicciones tratables. En manos de un adolescente implica un problema añadido. Los pulgares se lesionan, la vista se cansa, la ansiedad se dispara. Los padres, ¡pobres atribulados!, tampoco pueden desprenderse de la pantalla táctil. Llega el final del día y la frustración de tanto tiempo perdido lo oscurece todo, o casi todo.
Lo personal se está desdibujando hasta extremos increíbles. Parecería que no existieran cotos en un universo infinito. En el terreno político-periodístico estamos rayando actitudes delincuenciales: la única norma es la carta blanca. Se habla de democratización con mucha alegría. Yo lo llamaría frecuencia de onda paupérrima. El intrusismo desmedido se ha convertido en una forma de vivir y cualquiera puede transformarse en otro.
Me topo en una cuenta de Facebook un live video, colgado por RT en español. Según la cadena, y transcribo, "decenas de miles de personas salen a la calle en Bilbao para pedir el acercamiento de los prisioneros de ETA al País Vasco". Como me interesa esta cuestión, (y me ahorraré dedicarle un artículo), pulso inmediatamente y me sumerjo en las imágenes con sonido real. Al instante, un mar de burbujas en forma de iconos de reacción atraviesan la pantalla de izquierda a derecha. Veo muchos "me gusta", "me asombra", "me encanta". También flotan los "me enfurece" y algún "me entristece". Se oyen las risas y las lenguas de una multitud detenida.
De pronto se desata una columna de opiniones de abajo arriba. Es tan frenética, que no me da tiempo a leerlas todas. Los mensajes llegan desde los cuatro puntos cardinales del globo, muy especialmente del continente sudamericano y, cómo no, de la metrópoli. Al principio los internautas no saben y preguntan: "¿qué ha pasao en la madre patria?" Algunos son muy pedagógicos y explican de qué se trata. Otro dice que no entiende, pero si sale la gente, por algo será. Mandan saludos desde Argentina, Rusia, Ecuador. Desde lugares remotos se expresa solidaridad con los manifestantes, o también todo lo contrario. Uno pide la entrega de las armas y otro le recuerda que los familiares de los presos no tienen la culpa de lo que hicieran sus hijos. Hay quien escribe simplemente "asco", o clica dos corazoncitos, o pregunta si el País Vasco es parte de Venezuela. Llega el eco de un saludo, desde Costa Rica, Honduras, Chile, México.
Siguen entrando los mensajes a ritmo vertiginoso e imparable. Confieso que tal avalancha me asusta y me marea: "¿es por el gasolinazo?", "¡aguante, gente!", "¡nunca podrán con los vascos, no somos ni seremos españoles!". Leo un abrazo desde Boston. Un tal X cree que el asunto va de fútbol. Carlos afirma que está fuerte el pueblo y Fidel dice que ¡bien!, ¡saludos desde Quito! ¡Muera el corrupto y fascista rey de España!
Apoyan la retransmisión en Alemania y Paraguay. Alguien se lanza y escribe "¡peperos asesinos!", a lo que contestan, "¡etarras asesinos!". Los "gora Euskalherría" se confunden con "estado español fascista", y también con un despistado "Macri, ¡la concha de tu madre!"
Los vascos que intervienen lo hacen a menudo desde su autoridad racial. Un sujeto da las gracias por la información "con veracidad". Después de un "¡viva ETA!", puedes encontrar un ¿ya sacaron a Maduro? ¡Porfirio, eres un retrasado!, ¡en España está vetada cualquier información! Se pide por los familiares de los asesinados. ¡Los verdugos no han de pedir clemencia! Los vascos son unos malditos asesinos. ¡Que viva el pueblo vasco!
En un momento los manifestantes dejan su bullanga de pitillo. La gran marcha cobra vida y empiezan las consignas: "¡Presoak, kalera!", "¡amnistía, osoa"!, "¡presoak, etxera!" En medio de la calle se abre una comitiva de vehículos. Cada coche lleva un letrero con el nombre de una cárcel española y su kilometraje: Huelva, 995 kilómetros, Almería 1040, Granada 875. Es como si los gritos azuzaran los mensajes escritos. ¡El terrorismo financiado por las élites gobernantes! Otro espontáneo anima a no ser vagos, a que trabajen. ¡No al racismo!, ¡fuera Enrique no sé qué! 
El espectáculo resulta dantesco, casi inasumible. Repentinamente todo ese flujo se detiene y el video se cierra. Una tal Lourdes acababa de preguntar qué está pasando en España, después de que un tal Mario había escrito España va directa al abismo. Yo misma no tenía noticia de la celebración de esa manifestación. El video no era ya en directo, sino en diferido. Estaba ante el gran Leviatán desatado, cuya monstruosidad era la faz de cada uno de nosotros.
 
 
 

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