domingo, 1 de mayo de 2016

SOR PASO.

Hay que ver cuán de prisa cambia el repertorio semántico en el mundillo periodístico de los enteradillos. Después se hace pandemia y se extiende a toda la población, que no sufre empacho alguno en hablar de marcas blancas, líneas rojas o mareas verdes. Me aburren mortalmente estos muchachotes de la prensa, no tanto por lo que hacen como por lo que dicen. Me cuesta mucho más censurar los hechos que la palabra vacía o las idioteces.
El último grito, lo más "in", es la palabra sorpasso. Como ya todo quisque sabe qué significa, nos ahorramos la definición y santas pascuas.
Suena a seseo oscurecido, aunque con ceceo sería zorpazo. También se presta para algún mal chiste o peor título: Sor Vicenta, Sor Augusta, Sor Paso.
Da toda la impresión de ser una ruina etimológica, rescatada precisamente para ser enterrada más pronto que tarde. Sorpasso, zorpazo, zarpazo que, para el caso, viene a ser lo mismo.
No se puede aplicar a cualquier realidad política: los sorpasadores son los que son y también los sorpasados. El sorpasso es tan pernicioso para casi todos, ¡ay!, que se lo considera un error de cálculo del PP. Para que se produzca tal fenómeno es imprescindible la repetición de elecciones. Fue fallido en los comicios anteriores, pero se lo oye venir, como un rumor rugiente. Dicen que nos sobrevendrá inexorablemente, aunque más parece una órbita cósmica que se alimenta de partículas de todos los tamaños en un mundo prometedoramente circular.
Hete aquí que estamos en tablas, después de cuatro meses de magreo infructuoso. A Mariano Rajoy no lo quería nadie, (o casi), pero mira por dónde a Pedro Sánchez tampoco. Todo ese rollo de la izquierda progresista, del cambio, de la regeneración, no era más que otro campo semántico. Nominalismo puro y duro en el que la peor narrativa se hizo hegemónica.
Atrás quedó la alternativa habitacional, la pobreza energética, la banca ética. Las bondades del huerting se confunden con el papel higiénico renovable y con el crowdfunding como nueva forma de redistribución de la renta.
El bueno de Garzón, que parece un chico triste, habla del ciudadano Felipe de Borbón. Ahora que los reformadores ocupaban tanto escaño, tocaba la dignificación de la política. Las calles se han llenado de barbudos y también los partidos. Hay barbas de todo tipo, tupidas, recortadas, de chivo. Se impone la estética amish, algo así como un granjero místico adicto a la señal wifi. También están de moda la coleta, el moño alto y un estudiado desdén. El odio campa por sus respetos: odie usted todo lo que pueda y odie bien.
El futuro se presenta incierto. Yo, desde luego, no voy a cambiar mi voto. En otro tiempo iba a tumba abierta, pero ahora procuro no sangrar por mis estigmas. Otra campaña me parece innecesaria. No hace falta, por muy barata que resulte. Bastaría con acudir al colegio en fecha señalada y no cobrar cuando nos toque estar en la mesa.
Entre las virtudes de los nuevos está la de gastar poco. Lo que no nos dicen es cuánto ingresan. Cada partido en función de sus representantes, y ni un céntimo menos. Mónica Oltra llegó al paroxismo en su exposición de motivos en La Sexta Noche: deslegitima el gobierno que la precedió por no estar claros sus gastos de campaña. Reconoce indirectamente que el share ayuda al éxito, ¡y de qué manera! Si ella invierte a fondo en la promoción de su persona, acabará siendo la presidenta de España.
De momento, un gobierno no ha podido ser. Mucho se insiste en el mandato de los españoles. La ingobernabilidad es esto, no nos engañemos, porque el poder no se comparte. Se han vetado unos a otros y todos entre sí. Se me concederá que Rajoy lo tenía difícil. Todo lo que sé es que mi izquierda y mi derecha cambian de lugar a poco que yo me gire y me de la vuelta.

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