viernes, 14 de agosto de 2015

SED LEX

Desde que no se estudia a Quintiliano, vivimos en un galimatías permanente. El qué se confunde con el cómo, y el quién con el cuándo. Cualquier constructo se da por válido, por incongruente o torticero que sea. Nos hemos metido en una ratonera ideológica, y ahora a ver cómo salimos.
Si algo pudiera ir mal, haz todo lo posible para que no ocurra. La inmunidad y la infalibilidad no son más que ilusiones ópticas.
Existe un error de percepción, que yo llamo el estupor del contemporáneo, algo así como una ceguera paralizante que nos incapacita para ver lo que se nos viene encima. Creemos que los horrores historiados no podrán repetirse. Sucedieron hace mucho tiempo o, si acaso, muy lejos de nosotros.
La llamada cuestión catalana es ya una bomba de relojería. Los que no se tomaron en serio el pancatalanismo tendrán que reconocer que se equivocaban. Muy cómodos en un derecho a decidir ultrateórico, la equidistancia fatua se volverá contra nosotros. El reconocimiento de tal derecho, exige un verdadero plan A.
Se trata de cirugía vascular fina e implica la asunción de un posible masivo. No se puede empatar el colon con la arteria aorta y pretender que el cuerpo nacional siga vivo.
El independentismo vasco siempre se ha servido de un espejo en el que identificarse. Primero fue Irlanda, después Kósovo, Escocia o Canadá.
El caso canadiense resulta muy significativo. Como gana el No, se insiste en la consulta. Sólo un resultado afirmativo cerraría el capítulo. ¿Cabría otra vuelta de tuerca haciéndolo reversible?
Digo esto porque en Cataluña podría suceder otro tanto. Cuando los independizados fueran ya muy viejos, quizá resurja con fuerza el unionismo revisionista.
La autonomía de Irlanda del Norte se suspendió sin miramientos, no una vez ni dos, sino en cuatro ocasiones. Es un dato que no suele airearse, vaya usted a saber por qué. La ley es dura, (y a veces justa), pero es la ley. 
   
 

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