miércoles, 25 de febrero de 2015

INVICTUS

Es cada vez más frecuente que al otro lado del teléfono nos atienda una voz preprogramada. A pesar de ser una fonación robótica, acostumbra a dar la bienvenida muy amablemente. Lo primero que tenemos que decidir, quienes vivimos en comunidades con dos lenguas, es si marcamos un uno para una modalidad o un dos para la otra. Después nos adentramos como podemos en  el laberinto, pulsuno, pulse dos, pulse tres, pulse cuatro.
En cierta ocasión se me escapó un ¡joder! y el hombre me dijo, perdón, no le he entendido. Ahora procuro contener la respiración y contesto ciñéndome estrictamente a sus pautas.
La relación entre máquinas y humanos ha inspirado guiones para el cine y algunas novelas. El homo sapiens puede enamorarse de un espectro digitalizado y un hijo artificial haría felices a sus padres. El caso es que llega uno a dudar de todo en este cochino mundo. Me ocurrió en una sucursal de la SGAE, cara a cara con una de sus empleadas.
Yo iba como autora de El Método, un relato mío que se representará en escena hacia la primavera. Aportaba la documentación cumplimentada y un ejemplar de la obra siguiendo la normativa. Dispuesta a revisar el papeleo, la administrativa se topa con el manualito. Me pregunta ¿qué es esto? dejándolo caer sobre el mostrador como si del sobre hubiera salido un bicho. Le explico de qué se trata e insiste, pero, ¿qué es? Como yo no suelto ripio, vuelve a la carga, ¿es una novela? Después de alguna aclaración, (relato monologado, a usted, ¿qué más le da?), con aire de pesticida se niega a registrarme hasta que no se represente la obra. A mí me extraña eso mucho, al no entender el procedimiento: ¿cómo van a hacer taquilla sin tener en cuenta a quién tienen que liquidar? Yo me había informado previamente, ¿seguro?, así es. Marca un número de teléfono y me pasa con la oficina de Santiago. Vuelvo a explicarlo todo, me hablan gallego, yo castellano. Las lenguas no suponen ningún problema, pero el trato sí. Parecía más enfadada que la otra, creo que dudaba de mi existencia real. Con muy mala cobertura, se indigna por el documento que me falta. Le interesa la fecha del estreno, pero no puedo precisar tanto. Me dice que eso no importa, aún no estamos fuera de plazo. A esas alturas ya no entiendo nada, ¿no acababa de decirme la otra que iba demasiado pronto? No sé de qué plazo me habla y eso que aún  falta otro detalle. Hay que pagar  derechos de autor, si el audio se excede de cuatro segundos. Le digo que la música no es cosa mía, yo, ¿qué tengo que ver?  Me despido y le doy las gracias, decidida a seguir el trámite con la oficina central y por correo. El colmo se produce cuando la administrativa se levanta rediviva, no se podía, ¿no?
Algo aliviada por el sirimiri recorro las calles camino de El Corte Inglés. Invictus, me tomo un café descafeinado y saco papel y pluma. Termino este artículo de un tirón, dispuesta a no darle más vueltas. Pienso que voy a llamar a mi amigo, pulse uno, pulse dos, pulse tres, pulse cuatro.

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